martes, 15 de enero de 2013

Como Tintín, como Phileas Fogg

Una preguntita: ¿habéis notado que tardaba en actualizar el blog un poco más que de costumbre? No, ¿verdad? Solo por confirmar. Bueno. Aunque nadie a nadie le importe, debo decir que la razón de este retraso es mi estado de ansiedad. No es la cuesta de enero lo que me tiene con los nervios de punta, ni las rebajas, ni otras circunstancias que, en fin, contribuyen a mis desvelos, pero que durante estos días están un poco en segundo plano. No. El motivo de este “estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo” (amo a la RAE) es un viaje. Tengo previstas unas mini-vacaciones que me obligarán a abandonar mi zona de confort (en todos los sentidos) durante unos días, y este suceso me provoca sentimientos encontrados.

viajar en low cost

Que sí, que sí, que está muy bien: salir, ver cosas, despejarse y, sobre todo, pasar tiempo con personas a las que ves (mucho) menos de lo que te gustaría es muy bonito y lo compensa todo. Sé que para mucha gente viajar es como bajar a comprar el pan. Sin embargo hay detalles que, para una persona esencialmente agobiada como yo, hacen la experiencia mucho más difícil. Voy a exponer mis argumentos, quizá unos cuantos vídeos os hagan mis preocupaciones más comprensibles.

En primer lugar, viajar en avión (que es mi caso) es un coñazo. Es cierto que es rápido, seguro, a veces incluso barato, y si eres muy friki te puedes llevar de recuerdo la bolsa para vomitar (vacía). Pero también que tienes que desplazarte hasta el (y, a la llegada, desde el) aeropuerto, soportar tiempos muertos, colas, controles de seguridad, más tiempos muertos, más colas y, una vez has llegado al avión, más tiempos muertos, más colas, apreturas, empujones, niños que lloran, adolescentes que gritan y otras muchas cosas si entramos en el campo de las aerolíneas low cost. Idílico. Mi única esperanza es subir un día al avión y encontrarme con un numerito musical como el de Nadia y Bea. No quiero vídeos cutres mientras me pasan la revista de productos de venta a bordo. No quiero que me remitan a la hojita con las instrucciones de seguridad que tengo en el asiento de delante. Quiero espectáculo, arte y movimiento de brazos y que me señalen las 2 salidas de emergencia como está mandado. Así:


Porque ya lo voy viendo, ahí está uno de mis fallos. Mi cultura audiovisual hace que esté expuesta a un catálogo de imágenes de situaciones que no he vivido pero que condicionan mi forma de ver la realidad, creándome expectativas que no se van a cumplir y que redundarán en más ansiedad. Me explico. Supongamos que voy a volar al Reino Unido. Y digamos que mi cabeza es como una coctelera. Pones Reino Unido, pones viaje en avión, un poco de música, y yo visualizo a los Scooch en Eurovisión 2007 interpretando Flying the flag. Ansiedad. ¿Por la expectativa incumplida? O por si se cumple.


No importa, tampoco es que a hacer una escenita a lo Aterriza como puedas, sé que el viaje propiamente dicho es una incomodidad pasajera (la pasajera soy yo, ojo al sutil juego de palabras) y que llegaré sin mayores contratiempos a mi destino. Y una vez allí, mi background audiovisual me volverá a jugar una mala pasada. Inevitablemente, cuando piensas en tu llegada al aeropuerto, o bien te la imaginas como la escena inicial de Love Actually o bien, si eres consumidor habitual de vídeos de Youtube, como esta:


Ni que decir tiene que NO va a suceder nada parecido. Llegas al aeropuerto tarde y todo está desangelado cual biblioteca en verano. Alma cayendo a pies. Da igual, tampoco me preocupa. Pero coger trenes y metros para llegar a la ciudad, eso… Lo habéis adivinado, el metro también me produce ansiedad. Porque se trata de un lugar hostil y cerrado, como una ratonera de la que no puedes escapar. Ni siquiera si tienes unos mariachis cantándote Guantanamera en la oreja. Y volviendo a las falsas expectativas olvídate, puedes pasar años de tu vida desplazándote bajo tierra y nunca te cruzarás con algo tan guay como esto:


Tampoco pasa nada, intentaré relajarme, me pondré algo de música, quizá algo que me recuerde que viajar es maravilloso, como Gran Turismo de La Habitación Roja o, qué sé yo, El chacachá del tren de El Consorcio y todo acabará pronto. Entonces empezaremos otro capítulo. El de la ansiedad por el cambio de idioma. Sé que es una tontería, pero la limitación en la expresión oral me resulta realmente angustiosa. Por eso quiero recordaros una vez más, amigos que me leéis, lo importante que es aprender a hablar otras lenguas. Quizá no para ocupar un alto cargo de Gobierno o para dirigir un imperio financiero, pero sí para cosas más cotidianas como ligar con los franceses cuando te vas de vacaciones, como las Baccara:


O para celebrar la llegada de la era de Acuario, como Raphael. O para versionar a Elvis, como el Príncipe Gitano, todo un clásico:


En fin, también lo superaré porque gesticulo muy bien y manoteo como nadie, y me sale sola la cara de no enterarme de nada pero tener muy buenas intenciones. Pero aún así, las exigencias sociales que se pueden plantear en un viaje me tienen un tanto intranquila. Sé que una de las cosas que atraen a la mayoría de la gente de los viajes es la posibilidad de conocer gente, de relacionarse. No es mi caso. Igual son imaginaciones mías pero me parece que ya conozco a mucha gente, en ese momento de mi vida estoy, no me presionéis. "Sociability is hard enough for me". Sé que la actitud debería ser más Roberto Carlos, pero uno de mis defectos es que  lo siento, no voy a mentir  suelo ir por ahí en modo Punsetes:


Pese a todo esto, y antes de emprender la vuelta (podéis leer el post en sentido inverso) intuyo que lo pasaré bien, pero hasta entonces la incertidumbre sobre el clima, los cálculos con el dinero (con el poco disponible, se entiende), el maldito equipaje... pueden acabar conmigo. Cada vez queda menos y mi grado de nerviosismo va en aumento con cada preparativo. Y diréis: “pues si tan cuesta arriba se te hace no seas tan plasta y no te vayas”. Pues sí que me voy. Me voy porque a) tengo el billete comprado, b) parece ser que hay gente que me espera y c) en realidad, atención a la confesión, me apetece. Así que, señoras y señores, adiós a la zona de confort. Donde dije digo, digo Me piro:

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