Sin
embargo, una revisión de mis clásicos me devolvió la esperanza. Ahí fuera hay
todo un mundo lleno de posibilidades, y debajo de ese mundo, un submundo
plagado de raras joyas esperando para ser descubiertas. Y como nos enseñan, una
vez más, los maestros, querer es poder. No estoy hablando de Cecilia Giménez y
su Ecce Mono (que también), sino de Florence Foster Jenkins.
Para aquellos que no hayan oído hablar de ella, Foster Jenkins nació en 1868 el seno de una acomodada familia de Pensilvania y ya desde pequeña sintió en su interior el mordisco de la música, la necesidad irrefrenable de cantar. Sus padres primero (especialmente su padre, que no podía ser más aguafiestas) y después su marido, con el que se fugó a Filadelfia al negarse su padre a financiar su formación musical, le pedían que fuera consciente de sus limitaciones y reprimiera sus gorgoritos, y así lo hizo durante unos años. Pero no hay dique capaz de contener la fuerza de la voluntad, y Florence logró cumplir su objetivo de tener una carrera musical a la muerte de su progenitor, una vez heredada toda su fortuna – porque sí, en estos casos el dinero ayuda bastante. Cumplidos ya los cuarenta, nuestra heroína se trasladó a Nueva York, donde consiguió realizar algunas grabaciones y ofrecer numerosos recitales que los socialites neoyorquinos pagaban verdaderos dinerales por presenciar. Con el tiempo fue espaciando sus actuaciones, pero siguió cantando hasta los 76 años y murió con las botas puestas.
Para aquellos que no hayan oído hablar de ella, Foster Jenkins nació en 1868 el seno de una acomodada familia de Pensilvania y ya desde pequeña sintió en su interior el mordisco de la música, la necesidad irrefrenable de cantar. Sus padres primero (especialmente su padre, que no podía ser más aguafiestas) y después su marido, con el que se fugó a Filadelfia al negarse su padre a financiar su formación musical, le pedían que fuera consciente de sus limitaciones y reprimiera sus gorgoritos, y así lo hizo durante unos años. Pero no hay dique capaz de contener la fuerza de la voluntad, y Florence logró cumplir su objetivo de tener una carrera musical a la muerte de su progenitor, una vez heredada toda su fortuna – porque sí, en estos casos el dinero ayuda bastante. Cumplidos ya los cuarenta, nuestra heroína se trasladó a Nueva York, donde consiguió realizar algunas grabaciones y ofrecer numerosos recitales que los socialites neoyorquinos pagaban verdaderos dinerales por presenciar. Con el tiempo fue espaciando sus actuaciones, pero siguió cantando hasta los 76 años y murió con las botas puestas.
Hay
quien dice que Florence Foster Jenkins es la peor cantante de la historia. En
fin, siempre habrá alguien a dispuesto a colocarte en el primer o en el último
escalón de una lista. Poco importa. Lo que nos enseñan Cecilia y Florence es
que la determinación y la confianza en uno mismo mueven montañas. Aunque
provoquen como efectos colaterales estupefacción y/o hemorragias timpánicas.
Como decía la propia Florence, "la gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir que no canté". Así que canta a grito pelado, restaura a tus ídolos y que nadie te diga que no puedes hacerlo. La revolución parte en ti.
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