viernes, 28 de diciembre de 2012

Confessions on a dancefloor

Este es un mundo cruel. Despiadado. Cualquier desliz puede condenarte por siempre al ostracismo, a las miradas de reojo, al desdén de tus congéneres. Es difícil, pero a veces tienes que ocultar lo que realmente sientes, reprimir tus impulsos, disimular para no ser marginado. Así es la vida de una moderna. Al llegar fiestas señaladas, digamos masivas, digamos mainstream, digamos (casualmente) la Nochevieja, mucho más que con ocasión de cualquier reunión social convocada a lo largo del resto del año, cualquiera que pretenda integrarse en un ambiente hipster (sí, sé que hipster y moderna no son lo mismo, pero en este caso me permito la licencia) debe mantener ciertas apariencias.

Vivimos tiempos duros, la reputación es de lo poco que nos queda, una vez deducidos los correspondientes ajustes económicos y sociales, y no es cosa de arruinarla por un quítame allá esos Alt-J. Si quieres conservar intacta esa reputación, te mantendrás alejado de cualquier cosa que pueda alojarse, aunque sea remotamente, en la órbita de Los 40 Principales, y ambientarás tu última velada del año con algo de folk para la cena, en plan tranquilito-buena digestión, para después pasar a algo más movido pero bien tolerado por tu entorno (hipster approved hits). Pero amigo, todos sabemos que te estás aguantando las ganas de ponerte una de la Carrà.

spice up your life

Que no cunda el pánico, para eso se creó la expresión guilty pleasure, para que tú y yo podamos decir, cuando suena un temazo mainstream, que lo bailamos, lo gozamos y lo cantamos (sí, estoy parafraseando el Aserejé) pero que, como tenemos mucho mejor gusto que todo eso, tal goce nos produce una sensación de culpa. Así que solo tienes que relajarte, dejarte llevar y preparar esa playlist que estás deseando preparar para Nochevieja. Aunque primero debes tener en cuenta unas cuantas consideraciones:

1)      Si no te sientes muy seguro, empieza con algo tan mítico que puedas hacerlo pasar, llegado el caso, por una broma. Cuanto más, mejor, y si el tema data de los años de tu adolescencia, puntos extra. Si tus invitados te miran mal, lo podrás arreglar con esta frase: “es que mi ironía no conoce límites”. Una apuesta segura es el Wannabe de las Spice Girls.


2)      De acuerdo, has pasado ese momento, has intercalado tus cositas de Yelle y FM Belfast para calmar los ánimos, y vuelves a la carga. Si tus amigos han superado a las Spice, podrán con algo de Britney. Avanza con cuidado. Un tema que haya conocido sus versiones indie, como Toxic, será suficiente por ahora.


3)     Limpia con algo de Ting Tings, deja caer una de Tame Impala para que se sepa quién eres tú, y luego inténtalo con algo más fuerte, pero potencialmente aceptable por una moderna, como Katy Perry. Algunas de ellas pueden anhelar en secreto esa pretendida frescura teen de instituto californiano, así que algo de Hot ‘N’ Cold no les hará daño.


4)     Después de un tiempo, notarás que cada vez tus elecciones van siendo más aceptadas, y que el volumen de éxitos culturetas a intercalar disminuye. Lo verás en sus caras. Es el momento de decidirte por un genuino temazo adolescente. Call me maybe de Carly Rae Jepsen es LA elección. Si algo falla, recuérdales que es canadiense como Neil Young. No como Justin Bieber, como Neil Young.


5)     Si han podido con eso (y créeme, no solo han podido sino que han disfrutado), puedes cruzar la frontera y seguir en la misma línea, con Taylor Swift y We are never ever getting back together. Sin solución de continuidad. No dejes que pierdan ese espíritu adolescente.


6)     Como alternativa, y solo, repito, solo si ves que el nivel de entusiasmo es suficiente, prueba con una bomba. Party in the USA te elevará a los altares o te hundirá en la miseria. Pero tendrás un colchón: el hecho de que Miley Cyrus encarnara a Hannah Montana te permitirá volver a recurrir a la excusa de la ironía.


7)     No lo habíamos tenido en cuenta, pero otra cosa que juega a tu favor es el nivel de alcohol en sangre de tus invitados, que previsiblemente habrá subido a lo largo de todo este tiempo. A estas alturas, si mis cálculos no fallan, deberían estar en condiciones de disfrutar sin remordimientos con algo como Sexy and I know it, de LMFAO.


8)     De acuerdo, acabas de desbloquear otro nivel. Es ahora o nunca. No pierdas el tiempo con chorradas del estilo de David Guetta, eso sí que es un quiero y no puedo patético. O susto o muerte. O Pitbull o nada. Si lo has hecho bien, ya deberías tenerlos a todos diciendo “one, two, three, four, uno, doh, treh, cuatro”. I know you want me.


9)     SOLO AHORA tienes a tu auditorio preparado para el TEMAZO MÁS GRANDE DE TODOS LOS TIEMPOS. De acuerdo, quizá no sea el más grande en términos absolutos, pero en términos relativos de calidad-goce, su rendimiento es inigualable. Ponlo YA: Yo quiero bailar, de Sonia y Selena.


Después de todo esto, deberías haber conseguido que tus amigos, siguiendo tu ejemplo, hayan olvidado sus prejuicios de hipsters y disfrutado de lo más granado de la radiofórmula, como cualquier hijo de vecino. Tal vez al principio hayan intentado manipular tu playlist para pasar las canciones y encontrar el puñetero Magician Remix de I follow rivers, de Lykke Li, pero seguro que se han acabado rindiendo a tu selección. No temas, en el fondo les has hecho un favor. Eso se llama catarsis, y es bueno, bonito y barato.

Si has echado en falta un décimo paso, tranquilo, es una omisión deliberada. El último es solo para ti, por la satisfacción del trabajo bien hecho. Cuando se vayan todos, al cerrar la puerta, disfruta de tu último guilty pleasure y baila como Van Damme con Una vaina loca.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Dulce Navidad (o lo que sea)

Ay, la Navidad… estas fechas me revuelven cosa mala, así lo digo. He pasado un año pensando que podría evitar este momento, y resulta que ha acabado llegando. Qué puedo decir, no soy una persona especial, solo uno de esos seres humanos occidentales y de cultura judeocristiana que dicen odiar estas fiestas pero las acaban utilizando como excusa para juntarse con los amigos, o con la familia, y para sumarse a la corriente general de consumismo, buenismo y pantagruelismo (lo que yo llamo “los tres -ismos” – vale, esto me lo acabo de inventar).

nacimiento hereje

El caso es que el otro día, en un arrebato retro y tal vez porque mi Navidad no volverá a ser lo mismo desde que sé que en el portal de Belén no había ni buey ni mula y que los Reyes Magos eran andaluces, estaba planteándome la posibilidad de felicitar las fiestas a mis amigos diseminados por el mundo enviándoles tarjetas navideñas… [aquí, si esto fuera un diálogo, me interrumpiríais]:

-          Espera, ¿me estás diciendo que haces esas mierdas?
-          Bueno, resulta que hace poco he recuperado el gusto por el correo tradicional, debe ser una cosa de la crisis de los 30, algo reactivo a la hipertecnificación, como lo de los chaps, que visten de tweed pero luego tienen un iPhone 5, yo qué sé…
-          Pero lo de mandar tarjetas es muy cutre.
-          Vale, será muy cutre, pero en el fondo hace ilusión. Aunque en realidad estaba buscando algo en plan tan mal que fuera bien, como… ¡Pero déjame vivir!

El caso es que, como todo me parecía demasiado vulgar, tuve la genial idea de hacer algo totalmente personal. De hacerlo yo misma. Y aquí me venció la evidencia: no sé hacer la “O” con un canuto. No tengo ninguna habilidad manual y aún menos talento artístico. Lo único que sé hacer es esta cosa de las canciones, así que he decidido limitarme a eso. Felicitación y regalo colectivo, acompañado de mis mejores deseos y esas cosas. Y he hecho una lista, estilo carta a los Reyes Magos. Aquí va:

-         Para C., C. (bis) y todos los amantes del trash noventero, para G. y el resto de los apocalípticos (y también los integrados) un recuerdo especial lleno de candor, buenas intenciones y ganas de arrancarse los oídos: Que no se acabe el mundo (1990). Cómo eran aquellas cenas de Nochebuena peleándote con tus primos, diciéndole a tu madre que la grasilla del jamón ibérico te daba todo el asco y desorinándote de los presentadores de TVE en Telepasión.


-         Para M. y para todos aquellos que lo gozan ingiriendo dulces típicos y por qué no, con una rumbita güena a tiempo o a destiempo, Mi mejor Navidad de La Húngara: hacer un villancico para tu churri es lo más bonito que puede haber en Navidad, al nivel de los espumillones de dos colores.


-         Para M., S. y P. y otros nativos de finales de los 80, un HIT con mayúsculas de un artista de su quinta (¿verdad que lo de “quinta” suena a Amar en tiempos revueltos?), Jordy Lemoine. En Navidad no siempre se respetan los derechos de la infancia, ni la integridad mental de los consumidores de música. ¿Y qué importa? Guardad la vergüenza ajena bajo el árbol, It’s Christmas! C’ést Noël!


-         Para todos los que aprecian los estilos urbanos pero también la caspa, como I., el Wrap Rap (1994) de las Tortugas Ninja. Cuatro quelonios rapeando sobre el proceso de envoltura de los regalos de Navidad son una apuesta segura. Malditas tortugas y su endiablado ritmo, así era inevitable que marcaran una época.


-        Para germanófilos como M., un éxito del artista más grande que jamás he visto cantando en playback en un centro comercial: Nik P., el hijo que en un universo paralelo podrían haber tenido Guti y Bigote Arrocet. Merry Christmas von Deutschland. ¿Qué pasa? Habrá que hacer un guiño a mamá Merkel...


-         Para los amantes de los fiestones de de Navidad o pre-Navidad, como F., material: una pieza con la que ambientar cualquier megaparty que se precie: el reggaeton navideño de Michael Pratts y El Bima: Llegó Navidad (2011). Perfecto para sonar en cualquier casa del mundo, incluso en las cubanas.


-         Para S. y todos los que celebran la Navidad en el hemisferio Sur (no me olvido), Christmas Conga (1998), de Cindy Lauper (y respect porque Cindy es una genia), un villancico con potencial de canción de chiringuito playero. La letra habla de noches frías, pero sin mucha convicción. Las congas, como las bicicletas, son para el verano. Lo que yo os diga, temazo estival.


-        Para los que no se conforman con cualquier cosa, como A. y M., un éxito de reconocido prestigio que ha superado la prueba del tiempo. Si una canción soporta su conversión a villancico, entonces es que ha pasado, parafraseando a Javiera Mena, al siguiente nivel. Gangnam Style está en ello, pero la Macarena (1996) es ya un clásico. También navideño.


-         He dejado el plato fuerte para el final. Solo para musicólogos curtidos o con cuentas pendientes con ÉL, como A. Melendi es un referente ahora y siempre, y no puede ser de otra manera con temazos como Trae pa’ka esa yerbagüena (2003), que hacen inolvidable cualquier Navidad. Por más que uno quiera.


No son imaginaciones mías, aquí hay muchas iniciales. Suficientes como para que nadie se identifique correctamente. Muchos grupos poblacionales. ¿Son todos los que están? ¿Están todos los que son? Creo que no. Quizá tenía que haber hecho lo de las tarjetas. Pero ahora es demasiado tarde. Haré una cosa. ¿Habéis leído esa historia de la Biblia en la que se cuenta cómo Herodes mandó matar a todos los niños menores de 2 años porque le habían dicho que iba a nacer el Rey de los Judíos? Bueno, pues a eso se le llama "un porsiacaso". Y por si acaso, yo voy con la artillería pesada, porque siento que mi espíritu Navideño se desborda por momentos y no quiero dejarme nada en el tintero. Porque era difícil superar a una diva como Mariah Carey en el MAYOR HITAZO NAVIDEÑO DE TODOS LOS TIEMPOS y las Nancys Rubias han estado a la altura. Porque esta Navidad, El mejor regalo eres tú.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Españoles, Eurovisión (aún no) ha muerto

Bueno, vamos a ver una cosa, hay un dato que no puedo seguir ocultando. Sí, efectivamente este blog lo escribo yo. Sola. Pero detrás de mí hay un consejo asesor. Como una troika, pero en bien. Desde una localización secreta en el norte de Europa, la troika-pero en bien pide insaciablemente, propone temas, exige temas, y yo, desde mi ubicación PIGS, obedezco. Debo decir, en defensa de la troika-pero en bien, que sus miembros son altamente competentes en la materia (la cultura abisal, en general) y que suelen tener más razón que un santo. Sí, la troika-pero en bien me ayuda mucho. ¿Por qué decía yo esto?

De acuerdo, retomo. La última petición de la troika-pero en bien hacía referencia uno de los momentos más angustiosos que he pasado esta semana: esas horas transcurridas entre la duda sobre la presencia de España en Eurovisión 2013 y la posterior confirmación de la participación de RTVE en el festival. Suspiro de alivio. Efectivamente, esta ocasión merece, como sugería la troika-pero en bien, una revisión de la trayectoria de España en Eurovisión a través de algunos de sus mayores hits. Para llevar a cabo esta tarea ha sido precisa una exhaustiva labor de documentación y revisión, en el curso de la cual he podido corroborar cuán delgada es esa línea que separa lo sublime de lo despreciable, la genialidad del fracaso.

eurocañí

En esa línea, en la que no cabe la indiferencia, se han movido algunos de los mayores momentazos españoles en el concurso. Y sabes que estás en esa línea cuando no dices: “vaya mierda” ni “qué maravilla”, sino que te preguntas: “¿esto está pasando?”. Yo me lo pregunté en mi tierna infancia (1988), cuando vi a La Década (que por aquel entonces ya no era Prodigiosa) cantando Made in Spain. Primero, no entendía el porqué del título. Segundo, no entendía la letra (el paralelo 4-3, cien mil vatios de sol alumbrándome cada día, made in Spain tatuado en su piel… ¿¿qué??). La Década fue responsable de uno de los primeros momentos de estupefacción que recuerdo. Y así he acabado.


Sin embargo, años antes, en 1983, había sido Europa entera la que había entrado en estado de shock al ver a Remedios Amaya (reconocida cantaora de flamenco) interpretando Quién maneja mi barca. Los ritmos aflamencados nunca ha tenido éxito en Eurovisión, y este mítico nul points no fue una excepción. Viéndola con perspectiva cuesta entenderlo, y desde aquí me gustaría romper una lanza en su favor y, por qué no, postularla como himno generacional.


¿He dicho ya que los ritmos aflamencados no funcionan en Eurovisión? Sí. Pues da igual. En 1990 la cara más cañí de España volvió a asomarse a las pantallas europeas con Azúcar Moreno y Bandido. Toñi y Encarna (no me preguntéis quién es quién) partían en primera posición y protagonizaron uno de los momentos más incómodos en la historia del concurso: la música pregrabada no entraba y cuando lo hizo, el director no pudo sincronizarla con la orquesta en directo, con el consiguiente meneíto raro, las miradas, el “es que así no es”, que me vuelvo y el de la guitarra se queda bailando solo… movidón. Pero en el segundo intento ellas se resarcieron. Tanto que a ratos daban más miedo que un toro de lidia. Recomiendo visionado completo y muy, muy atento.


RTVE no acababa de caer del burro, y en los 90 iba y venía del flamenco a la rumba y de la rumba a la copla, intercaladas con algunas baladas inenarrables y, eso sí, fusionándolas con ritmos más europeos. Como en 1993, cuando Eva Santamaría expuso al público irlandés sus tesis sobre los estereotipos de género respaldada por un trío de bailarines que, para bien o para mal, desviaba la atención de cualquier cosa que estuviera sucediendo en 10 kilómetros a la redonda. Hombres.


Finalmente, España se rindió al europeísmo. Criaturitas. En 2002, en plena euforia por la entrada en circulación del leuro, España se presentó en Tallin (Estonia) con una canción que ya entonces era para mear y no echar gota, pero que ahora, releída, es directamente abominable: Europe’s living a celebration, frase que se repetía en el estribillo, quién sabe por qué, junto a otras como “nuevos tiempos, la necesidad”. La necesidad. En 2012 suena a advertencia. Sí, Bisbal, Bustamante, Chenoa y eso. La necesidad.


Visto lo visto, muchos, sobre todo los eurofans, nos sentíamos tentados festival tras festival a darnos a la bebida para olvidar (“la necesidad”, es que no se olvida). RTVE decidió en 2006 darnos ese gusto por anticipado eligiendo una canción de título Un Bloody Mary, interpretada por Las Ketchup, que en 2002 habían arrasado en todo el orbe (el hit pachanguero global es un fenómeno cíclico al que algún día dedicaremos nuestra atención) con Aserejé. La delegación española se puso en plan moderno y decidió llevar a Atenas una puesta en escena minimalista, con una coreografía muy conceptual, para acompañar a una formación ampliada de las Ketchup. Pilar Muñoz, la encargada de pedir “un Bloody Mary, por favor”, parecía necesitarlo más a medida que avanzaba la canción.


De aquellos polvos, estos lodos. En 2008 el ente decidió cagarse en todo, organizar una de las preselecciones más abracadabrantes que se recuerdan y ponerse en manos de cualquiera que quisiera subirse al escenario de Belgrado. El Terrat, la productora de Andreu Buenafuente, vio el cielo abierto y coló en ese hueco a David Fernández aka Rodolfo Chikilicuatre, con Baila el Chiki Chiki, dejando en el camino a La Casa Azul. Para los profanos de Eurovisión, mandar un supuesto friki al concurso era algo súper novedoso. Para los seguidores habituales, uno más para el montón, y ni siquiera de los más asquerosos.


Y después… llegó la crisis. La crisis eurovisiva, claro. Tuvimos una estrella extremeña de la música disco que no se comió ni una perrunilla, una actuación interrumpida por un espontáneo con barretina y una cosa medio tropical, medio celta que en Alemania hizo bastante gracia (o será que donde yo estaba había mucho ruido) pero que mira, que no. El año pasado Pastora Soler consiguió volver al top 10. Quién será el elegido este año, aún no lo sabemos. Un hombre. ¿Quizá Melendi? Como diría Pilar Pedraza, enigma y pesadilla. Y si nadie quiere, que vuelva John Cobra. Un conflicto diplomático con Suecia nos daría vidilla.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Animal rastrero

Un domingo por la mañana, después de una sesión de hidroterapia (vulgo ducha) y un desayuno tardío, el cuerpo pide inspiración y un poco de aire fresco, como los que proporciona un paseo por el rastro. Las visitas al rastro son sumamente didácticas, a la par que divertidas. Con un simple vistazo, un buen observador puede extraer de ellas datos muy valiosos que permiten un análisis socioeconómico de alto nivel. Por ejemplo:
1)      Rouco Varela tiene razón, vivimos una crisis de valores: los puestos ofrecen crucifijos a cascoporro. Sin embargo, no parecen venderse. Algo pasa.
2)      Caminamos hacia un sistema de movilidad más limpio: las bicicletas están de moda. Sobre todo, por piezas.
3)      Se confirma la teoría del caos: en el mercadillo, el orden no vende. Si quisieras orden irías a Ikea. Los puestos con más morralla sin clasificar son los más concurridos.
Y lo que más nos interesa: el ser humano no puede vivir sin música: cientos y cientos de casetes (leer ca-se-tes), vinilos y cedeses tapizan las lonas de los vendedores como flores de plástico que brotan para alegrar nuestra primavera dominical. “Alegradme el día”, les digo yo, y me dejo sorprender por sus misterios.

rastro

Veréis, hay una serie de básicos de la música de rastro que nadie puede dejar de conocer, artistas cuya trayectoria parece destinada a terminar sobre la manta de un vendedor ambulante. Pero que dan lustre a esa manta. Que en esa manta lo petan. Uno de ellos es Rumba 3, un trío de rumberos barceloneses formado en los 60, que durante años ha cosechado éxitos en los escenarios de medio mundo y también en sus gasolineras. Su No sé, no sé es especialmente mítica, y todos la hemos oído alguna vez. Y si alguien lo niega, es que no es de fiar.


Otro ejemplar omnipresente en el ámbito de la segunda (en el mejor de los casos) mano, es, por algún motivo, Pepe Domingo Castaño. Años, muchos años antes de atronar nuestros oídos con gritos de guerra como “otro purito” o “Coronita, uh – Coronita, uh”, lo hacía con su personal interpretación de la canción melódica. Fiel a sus gafas de concha y a sus raíces gallegas, hecho un galán y con un pelazo envidiable, Pepe Domingo probó suerte en la música con temas como Neniña mientras seguía dedicado a la radio y ganaba su primer premio Ondas (sí, ahora diréis que ganar un Ondas es como sacar una calcamonía en una bolsa de Fritos, pero él tiene cuatro y vosotros, probablemente, ninguno). El resto es historia, incluido su regreso al mercado musical por la vía secundaria. Del vídeo no desvelo nada más.


El Max Mix, volúmenes del 1 al 12, todos ellos fáciles de encontrar en cualquier rastro que se precie. Tanto que una se pregunta si existen tantas copias circulantes o si realmente el secreto es que no se venden. Sea como fuere, el Max Mix es el decano del Megamix en España, por obra y gracia de Mike Platinas y Javier Ussía, y superventas de todos los superventas en los años 90. Sí, en el rastro también hay un hueco para la innovación.


Con el tiempo las personas cambian, las costumbres se abandonan, los gustos se transforman, la adolescencia queda atrás y los discos de esa época, si no dan un poco de vergüencica, al menos sí ocupan un espacio que se puede aprovechar para guardar cualquier otra cosa, como por ejemplo las obras completas de Tolstói o las memorias de José María Aznar, según el grado de masoquismo/ironía de cada uno. Por eso en todos los rastros los antiguos ídolos de masas, como Los Pecos, tienen un lugar preferente. El fenómeno fan, como los yogures, tiene fecha de caducidad.


Pero si hay un estilo que cope los puestos de los rastros, tanto en formato casete como en CD, ése es la música infantil. Y no es de extrañar, a la vista de engendros productos como la saga de Los pitufos makineros, la música que Herodes elegiría como hilo musical en su castillo. En su momento el Defensor del Menor no tomó cartas en el asunto y no vamos a cuestionar decisiones pasadas, pero si esto ha acabado en una zoco callejero junto a teclados de ordenador a los que les falta el la barra espaciadora y pomos de puerta desgastados, si es así yo digo que se ha hecho justicia. Dedicado a todos aquellos que piensan que Luis de Guindos se parece a Gargamel.


Podría pasarme el día hablando de la música de mercadillo, podría repasar las mil y una sorpresas que guarda el mercado del disco usado (por no decir – injustamente – despreciado), pero entonces no tendríais la necesidad de explorarlo por vosotros mismos, y en ese caso, ¿dónde quedaría mi labor social, eh? Salid, muchachos, recorred rastros y mercadillos, dejad que os dé el aire y rebuscad cual señora en las rebajas. Los productos musicales brutos merecen una segunda vida.

jueves, 6 de diciembre de 2012

El turista 1.000.000

De acuerdo, ni es turista ni es el que hace 1.000.000, pero ser lector de Producto Musical Bruto y pasar por aquí como quien no quiere la cosa cuando haces número redondo tiene premio. El visitante 1.000 recogió anoche en una emotiva ceremonia su regalo acreditativo, todo un producto musical bruto de los que editaríamos si tuviéramos sello propio: el CD (Fundéu me dice que evite la forma sidí) de la preselección de la canción representante de España en Eurovisión 2004.

lector 1000

Nuestro afortunado lector se llevó un incunable de la canción ligera con los finalistas de la edición más desconocida (solo para connoisseurs) de Operación TriunfoVicente Seguí, Miguel, Ramón y Davinia dándolo todo sobre el escenario para representar a TVE en Estambul. Leer PMB no tiene recompensa, tiene una recompensaza. Para los demás también hay regalo: disfrutad con este temazo incluido en el Álbum Eurovisión 2004, un éxito de verano injustamente frustrado. Y qué mejor época para escucharlo que el frío, frío invierno: Cómo quieres que te quiera. Pero sí, se os quiere.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Él

Démosle un respiro a la autorreferencialidad. Ya dije hace un tiempo que no quería que este blog viviera despegado de la realidad, no se puede dar la espalda al mundo (aunque te lo pida el cuerpo). A veces la actualidad se impone, y por más que quisiera no puedo sustraerme de lo que está pasando en España en estos últimos tiempos. No me refiero a las previsiones de la OCDE para 2013, ni a la huelga de la sanidad madrileña, ni a las tasas judiciales. Hablo del fenómeno por excelencia, del hombre, ya casi el mito: hablo de Melendi.

el milindri

Todo era tranquilidad, recortes presupuestarios, reyes que comían huevos fritos y telenovelas de sobremesa de inspiración vintage en el país de los conejos, hasta que un día el huracán Melendi sacudió el panorama musical y mediático de la corte. Ramón Melendi no era ningún desconocido, pero hace unas cuantas noches se convertía en perejil de todas las salsas (o trending topic, que para el caso es lo mismo) merced a un incidente digno de figurar en los medios culturales junto al más alto reconocimiento literario en lengua española.

el pais cultura

Sí, Caballero Bonald había ganado el Cervantes, pero a lo que vamos, y resumiendo para quien no conozca el tema: uno de los participantes de La Voz dejó en directo el talent show en el que Melendi ejerce de coach vocal (sí) por discrepancias con este y otros motivos como haber sido privado de asesoramiento estilístico (lo cual, a la vista del outfit que lucía nuestro héroe en ese momento, debería considerarse discriminación positiva). 

americana

Y aún hay más. Un día después Melendi se convertía en Hombre del año para la revista Men’s Health (chúpate esa, Caballero Bonald). Pero, ¿quién es Melendi, ese hombre que ahora saborea las mieles del éxito, capaz de conmocionar a un país y despertar los más bajos instintos sin levantarse de su silla? Su web oficial no ofrece muchos datos biográficos, pero para eso están sus fans, los “guerreros”: Ramón Melendi Espina nació “allá por el año 1979” (más-menos), creció, le echaron del instituto, se recorrió todos los garitos de Oviedo (estoy resumiendo tal cual del contenido de su fanpage oficial) y en 2001 comienza su carrera musical. En 2003 publica su primer disco, Sin noticias de Holanda, con exitazos rumberos que lo petaban, pero que lo petaban de verdad, como Sé lo que hicisteis. Perdonad que no lo escuche con vosotros, hay una parte en concreto, en la que dice “dejarían de esitir tus ojito verdes” que hace que me salgan ronchas.


Poco a poco Melendi va definiendo su estilo, dejémoslo ahí, sin perder de vista sus esencias. Una constante en la carrera de nuestro hombre es su predilección por las referencias fílmicas. Y junto a esto, el hecho de que sus gustos cinematográficos son casi tan inquietantes como los de un conductor de autobús. Melendi es capaz de pasar del terror adolescente a la comedia romántica en lo que tardan en cortarse unas rastas y ponerse un poco de gomina – la evolución capilar corre paralela a la artística. Novia a la fuga fue uno de los singles de su segundo disco, Que el cielo espere sentao (acabado en –ao, 2005). Traje blanco. No diré más.


El año 2006 trae un nuevo disco, Mientras no cueste trabajo, y una gira a lo largo de la cual ocurre LA FATALIDAD: en 2007, Melendi se bebe todo el mueble-bar de la sala VIP del aeropuerto (yo me lo imagino así) y la lía pardísima en un vuelo con destino México, hasta el punto de que el piloto (mayday, mayday, mayday) se ve obligado a regresar a Madrid. El gracejo popular es cruel y el incidente generó muchos chistes, pero a Melendi le cambió la vida. Tanto que acabó cortándose las rastas que le quedaban y, con el tiempo, incluso planchándose el pelo, un paso que ningún hombre debería dar sin supervisión. En cuanto a su estilo musical, la evolución hacia el rock (o lo que sea) se va moldeando en Curiosa la cara de tu padre (2008) y Volvamos a empezar (2010). En este último encontramos temas mucho más maduros, como Barbie de extrarradio. Personalmente, me parece impagable la línea "tú subes como la marea, yo bajo como la tensión". Carne de gallina.


Todo este periplo estético-artístico desemboca en Lágrimas desordenadas (2012), según su web “el disco más redondo de su carrera” – ¿frases manidas? ¿dónde, dónde? –, su consagración y su elevación a los altares de la música popular, materializada en su participación como coach en La Voz y su omnipresencia en los medios de comunicación. Podrán criticarle, pero un señor que se atreve a llevar una americana de manga corta sin sonrojarse, que bautiza a una canción como Tu jardín con enanitos y se queda tan ancho, puede hacer lo que le dé la gana. Incluso destrozar I want to break free junto a Malú. Y es asi.


Para A., que aprecia a Melendi en su justa medida.