De acuerdo, retomo. La última petición de la troika-pero en bien hacía referencia uno de los momentos más
angustiosos que he pasado esta semana: esas horas transcurridas entre la duda sobre la presencia de España en Eurovisión 2013 y la posterior confirmación de
la participación de RTVE en el festival. Suspiro de alivio. Efectivamente, esta
ocasión merece, como sugería la troika-pero en bien, una revisión de la
trayectoria de España en Eurovisión a través de algunos de sus mayores hits. Para
llevar a cabo esta tarea ha sido precisa una exhaustiva labor de documentación
y revisión, en el curso de la cual he podido corroborar cuán delgada es esa
línea que separa lo sublime de lo despreciable, la genialidad del fracaso.
En esa línea, en la que no cabe la
indiferencia, se han movido algunos de los mayores momentazos españoles en el
concurso. Y sabes que estás en esa línea cuando no dices: “vaya mierda” ni “qué
maravilla”, sino que te preguntas: “¿esto está pasando?”. Yo me lo pregunté en
mi tierna infancia (1988), cuando vi a La Década (que por aquel entonces ya no
era Prodigiosa) cantando Made in Spain. Primero, no entendía el porqué del
título. Segundo, no entendía la letra (el paralelo 4-3, cien mil vatios de sol
alumbrándome cada día, made in Spain tatuado en su piel… ¿¿qué??). La Década
fue responsable de uno de los primeros momentos de estupefacción que recuerdo.
Y así he acabado.
Sin embargo, años antes, en 1983, había sido Europa entera la que había entrado en estado de shock al ver a Remedios Amaya (reconocida cantaora de flamenco) interpretando Quién maneja mi barca. Los ritmos aflamencados nunca ha tenido éxito en Eurovisión, y este mítico nul points no fue una excepción. Viéndola con perspectiva cuesta entenderlo, y desde aquí me gustaría romper una lanza en su favor y, por qué no, postularla como himno generacional.
¿He dicho ya que los ritmos aflamencados no funcionan en Eurovisión? Sí. Pues da igual. En 1990 la cara más cañí de España volvió a asomarse a las pantallas europeas con Azúcar Moreno y Bandido. Toñi y Encarna (no me preguntéis quién es quién) partían en primera posición y protagonizaron uno de los momentos más incómodos en la historia del concurso: la música pregrabada no entraba y cuando lo hizo, el director no pudo sincronizarla con la orquesta en directo, con el consiguiente meneíto raro, las miradas, el “es que así no es”, que me vuelvo y el de la guitarra se queda bailando solo… movidón. Pero en el segundo intento ellas se resarcieron. Tanto que a ratos daban más miedo que un toro de lidia. Recomiendo visionado completo y muy, muy atento.
Sin embargo, años antes, en 1983, había sido Europa entera la que había entrado en estado de shock al ver a Remedios Amaya (reconocida cantaora de flamenco) interpretando Quién maneja mi barca. Los ritmos aflamencados nunca ha tenido éxito en Eurovisión, y este mítico nul points no fue una excepción. Viéndola con perspectiva cuesta entenderlo, y desde aquí me gustaría romper una lanza en su favor y, por qué no, postularla como himno generacional.
¿He dicho ya que los ritmos aflamencados no funcionan en Eurovisión? Sí. Pues da igual. En 1990 la cara más cañí de España volvió a asomarse a las pantallas europeas con Azúcar Moreno y Bandido. Toñi y Encarna (no me preguntéis quién es quién) partían en primera posición y protagonizaron uno de los momentos más incómodos en la historia del concurso: la música pregrabada no entraba y cuando lo hizo, el director no pudo sincronizarla con la orquesta en directo, con el consiguiente meneíto raro, las miradas, el “es que así no es”, que me vuelvo y el de la guitarra se queda bailando solo… movidón. Pero en el segundo intento ellas se resarcieron. Tanto que a ratos daban más miedo que un toro de lidia. Recomiendo visionado completo y muy, muy atento.
RTVE no acababa de caer del burro, y en los 90 iba y venía del flamenco a la rumba y de la rumba a la copla, intercaladas con algunas baladas inenarrables y, eso sí, fusionándolas con ritmos más europeos. Como en 1993, cuando Eva Santamaría expuso al público irlandés sus tesis sobre los estereotipos de género respaldada por un trío de bailarines que, para bien o para mal, desviaba la atención de cualquier cosa que estuviera sucediendo en 10 kilómetros a la redonda. Hombres.
Finalmente, España se rindió al europeísmo. Criaturitas. En 2002, en plena euforia por la entrada en circulación del leuro, España se presentó en Tallin (Estonia) con una canción que ya entonces era para mear y no echar gota, pero que ahora, releída, es directamente abominable: Europe’s living a celebration, frase que se repetía en el estribillo, quién sabe por qué, junto a otras como “nuevos tiempos, la necesidad”. La necesidad. En 2012 suena a advertencia. Sí, Bisbal, Bustamante, Chenoa y eso. La necesidad.
Finalmente, España se rindió al europeísmo. Criaturitas. En 2002, en plena euforia por la entrada en circulación del leuro, España se presentó en Tallin (Estonia) con una canción que ya entonces era para mear y no echar gota, pero que ahora, releída, es directamente abominable: Europe’s living a celebration, frase que se repetía en el estribillo, quién sabe por qué, junto a otras como “nuevos tiempos, la necesidad”. La necesidad. En 2012 suena a advertencia. Sí, Bisbal, Bustamante, Chenoa y eso. La necesidad.
Visto lo visto, muchos, sobre todo los
eurofans, nos sentíamos tentados festival tras festival a darnos a la bebida
para olvidar (“la necesidad”, es que no se olvida). RTVE decidió en 2006 darnos
ese gusto por anticipado eligiendo una canción de título Un Bloody Mary,
interpretada por Las Ketchup, que en 2002 habían arrasado en todo el orbe (el
hit pachanguero global es un fenómeno cíclico al que algún día dedicaremos
nuestra atención) con Aserejé. La delegación española se puso en plan moderno y
decidió llevar a Atenas una puesta en escena minimalista, con una coreografía
muy conceptual, para acompañar a una formación ampliada de las Ketchup. Pilar
Muñoz, la encargada de pedir “un Bloody Mary, por favor”, parecía necesitarlo
más a medida que avanzaba la canción.
De aquellos polvos, estos lodos. En 2008 el
ente decidió cagarse en todo, organizar una de las preselecciones más abracadabrantes que se recuerdan y ponerse en manos de cualquiera que quisiera subirse al
escenario de Belgrado. El Terrat, la productora de Andreu Buenafuente, vio el
cielo abierto y coló en ese hueco a David Fernández aka Rodolfo Chikilicuatre, con Baila el Chiki Chiki, dejando en el camino a La Casa Azul.
Para los profanos de Eurovisión, mandar un supuesto friki al concurso era algo súper
novedoso. Para los seguidores habituales, uno más para el montón, y ni siquiera
de los más asquerosos.
Y después… llegó la crisis. La crisis
eurovisiva, claro. Tuvimos una estrella extremeña de la música disco que no se
comió ni una perrunilla, una actuación interrumpida por un espontáneo con
barretina y una cosa medio tropical, medio celta que en Alemania hizo bastante
gracia (o será que donde yo estaba había mucho ruido) pero que mira, que no. El
año pasado Pastora Soler consiguió volver al top 10. Quién será el elegido este
año, aún no lo sabemos. Un hombre. ¿Quizá Melendi? Como diría Pilar Pedraza,
enigma y pesadilla. Y si nadie quiere, que vuelva John Cobra. Un conflicto diplomático con Suecia nos daría vidilla.
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