Hola. Qué tal. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que este blog se actualizó y supongo que tengo dos opciones. O bien empiezo a lo Fray Luis de León, con "decíamos ayer" o bien os cuento mi vida. Es más cómoda la primera opción, pero en realidad la segunda me sirve para introducir el tema de este post. Un tiro, dos pájaros - yo gano.
El caso es que, tras mi breve incursión en la crítica de festivales y un período vacacional bastante satisfactorio (oye, no van a ser todo penas) sufrí una crisis. Escribía sin ilusión, sin ganas, decepcionada con cada párrafo que tecleaba, pensando que había perdido la gracia, desesperada por recuperar mi mojo. Recibía incesantes peticiones para que actualizara el blog (una o dos) pero no me veía capaz. Estaba en el hoyo creativo. Es malo eso, en serio. Pero entonces tuve una epifanía: no había perdido la gracia, NUNCA LA TUVE. Era mediocre, pero no mediocre en su primera acepción, "de calidad media", sino mediocre en su segunda acepción: "de poco mérito, tirando a malo". Bendita RAE.
Al contrario de lo que podríais pensar, y lejos de hundirme en mi habitual miseria, esta revelación supuso para mí una enorme liberación. Una vez asumidas mis carencias, me sentía libre de escribir sin la presión de satisfacer expectativas propias o ajenas y entendí muchas cosas de la vida, amigos, muchas cosas. Pero la más importante, lo que yo he venido aquí a contar después de tanto tiempo: entendí el chill out.
De acuerdo con mi nueva línea pressureless, voy a hacer un copiapega de la Wikipedia para definir el chill out: "Chill out (término informal del inglés que significa relajarse) es un género musical contemporáneo que engloba a gran cantidad de vertientes dispares de géneros musicales con un rasgo en común: su composición armoniosa y relajada". El chill out es la música del bienestar y la tranquilidad, de la aromaterapia y, por qué no, la benzodiacepina. Pero la mayor virtud del chill out es su capacidad para adaptar cualquier género que el ser humano haya parido, y hacerlo sin ningún tipo de complejo. Esto era algo que yo, antes de mi epifanía, en mi talibanismo musical, no podía comprender. ¿Música clásica chill out? ¿Flamenco chill out? Eran conceptos casi sacrílegos para mí. Pero vi la luz. En el arte, como en la vida, a veces debes desprenderte de las ideas preconcebidas, ignorar los comentarios más críticos y do your thing en armonía con el universo. Eso, queridos y queridas, me lo enseñó Bebe con esta versión de Smells like teen spirit de Nirvana que perfectamente podría haber sonado en el funeral de Kurt Cobain:
Porque el chill out es como un forro polar de Decathlon (tan vilipendiado por mi amiga A.V.). No será cool, no estará de moda, pero eh, a veces NECESITAS llevar ese forro polar para sentirte en casa. No soy profesional del ramo, pero imagino ese momento en el que decides hacer una versión chill out como un equivalente musical de bajar en pijama a por el pan porque estás a gusto y calentito y porque who cares. Y así, amigos, es como un creador llega a hacer una versión chill out de Chiquetete:
Si Esta cobardíachill out edit no es un bálsamo para vuestra alma es porque todavía estáis amarrados a esos inútiles prejuicios que os impiden disfrutar del solaz que ofrece este estilo. Tranquilos, cada uno necesita su tiempo para completar el proceso. No obstante, en la misma línea resulta altamente recomendable esta versión de Sarandonga que ya ha aparecido alguna vez en este blog. El esperanzador mensaje de la canción original ("nos vamos a comer un arroz con bacalao en lo alto del puerto") queda aquí realzado por la ligereza melódica del género chill out:
Pero no nos limitemos a un solo estilo, porque como os anunciaba el chill out es un género abierto, en el que caben desde Iron Maiden hasta ABBA. Cualquier cosa que debidamente transformada resulte de ayuda en una situación estresante. Esto es así, puedes estar retorciéndote en el sillón del dentista mientras te parten la muela en cinco trozos, pero gracias al chill out te sentirás transportado a las playas de Andalucía, o a sus campos de golf o lo que sea. Es un milagro. Por cierto: si pensáis que hacer una versión chill out es bajar de revoluciones cualquier tema Y YA, si pensáis eso, estáis muy equivocados:
Pero que muy, muy equivocados:
En fin, no sé si os ha quedado clara la cosa pero no voy a intentar convenceros, quizá porque más que nada es que me da igual. Es mi nueva filosofía. Solo quería que lo supiérais. Viva la mediocridad. Viva el forro polar. Bienvenidos de nuevo y no os preocupéis por nada: Keep calm and Pitbull chill out:
Pues sí, conseguimos encontrar el coche sin caer a la acequia, y salimos "sin problemas" del terraplén*. Y esto nos lleva a la segunda entrega de la CRÓNICA DE UN ORINAL.
Día 2: aprendiendo de los errores. Ese parking, caca. Tras un recorrido por el Grao de Burriana en busca de aparcamiento, durante el que llego a estar tentada de dejar el coche abandonado en mitad de una rotonda y salir corriendo, finalmente conseguimos estacionar y nos dirigimos al recinto de conciertos. Gracias a que vamos resabiadas, aprovechamos el tiempo para hacer estas cosas reglamentarias de las autofotos con el escenario de fondo y tal.
Como empezamos con Antònia Font, que sí son mi tacita de té, disfruto nivel esto:
Y como pasamos total de Iván Ferreiro, aunque sé que esto nos puede granjear la enemistad de algún indie de la vieja escuela, decidimos que es buena hora para ir a cenar. Que no nos falte de ná. La furia botellonística ha decrecido en relación con el día anterior, pero nuestro querido paseo marítimo sigue siendo un maldito infierno.
Y sí, siguen sonando cosas de este palo. Porque nenes, es verano y aunque no te guste te lo comes. LA PLAYLIST DE SATÁN:
Aún así, llegamos a zona urbana. Pizza 2: tomate, queso, jamón york. Volvemos al recinto para ver a Francisca Valenzuela, a la que no digo yo que tengáis que conocer pero que oye, que está bien y lleva con mucha dignidad los disco pants, como bien advierte A. Y en Buen soldado ha incluido la frase "tengo un buen rabo". Minipunto para ella.
He de decir decir que la presencia de Keira Knightley en Burriana me parece un hecho sublime que actualiza la expresión "Burriana, París y Londres", pero a la hora de la verdad también pasamos total de Klaxons (cuyo teclista está casado con la actriz). The Drums y a casa. ¿Qué pasa? Aguantad vosotros sin drogas.
Día 3: hemos decidido que venimos en plan hipster patrio, el karma nos premia con una estupenda plaza de aparcamiento y nos vamos a ver a La Bien Querida. El público del domingo parece, a primera vista, más maduro, lo cual indica que los programadores saben dos cosas:
- Los adolescentes están muertos tras tres o cuatro días de botellón nonstop y/o han pillado alguna infección mala en las duchas del camping
- Nadie trabaja el lunes #Talkin'BoutMyGeneration
Los treintañeros (y aledaños) nos tragamos en sesión continua a La Bien Querida y Los Punsetes, que voy a decir que me parecen un poco sobrevalorados porque creo que es lo que diría un crítico musical en condiciones, pero yo coreo a grito pelado Tus amigos porque... ya sabéis.
Tras la pizza #3 (tomate, mozzarella, bacon, huevo y cebolla, en plan grand finale) seguimos para bingo hipster con The Maccabees (iconito del dedo pulgar/me gusta) e Hidrogenesse (porque A. se empeña - y yo me alegro). A. dice que son los Daft Punk españoles (y maricas) y yo me quito el sombrero ante los creadores de Disfraz de tigre:
O dejarse morir en lo que algunos llamarían zona chill out y que en realidad es donde la gente va cuando está muy pasada:
Mientras nos dejamos morir en este acabadero, pensamos que un buen fin de fiesta sería Kakkmaddafakka. Kakkmaddafakka molan porque nos llaman sexy bitches nada más empezar el concierto. Eso sube la moral. Después se me sube también el biceps femoral. Y eso ya no. Así que nos toca volver a casa con la mayor indignidad posible. Aunque al menos nosotras sabemos cómo vamos a volver.
Han pasado tres días y aún me duele el cuello. Estoy gastando mis reservas de Myolastan, porque en el fondo me gusta vivir peligrosamente. Y el tirón sigue amenazando con reavivarse. Pero sobreviviré. Creo.
Agradecimientos: - Pizzería San Marino, Burriana - Barritas de cereales LIDL - A.
Que por mayo era, por mayo, cuando A. me propuso ir a algún festival este verano. Estábais esperando lo de "cuando hace la calor". La calor la hace ahora, chicos. No liarme. El caso es que, a pesar de mi aversión a las aglomeraciones, acepté la propuesta porque, you know, a quién no le va a gustar. Sí, yo, la misma que renegaba hace un mes de la #FantasticLife, he hecho un paréntesis en mi hurañía habitual para enseñar dientes por la costa levantina y pegarme un fin de semana de playita, arrocito y festipower. Y, por supuesto, contarlo. He de decir, eso sí, que no lo hago por compartir mi felicidad (léase restregársela al resto del mundo por los morros) sino por el bien de mi PMB, que hasta ahora ha vivido acomodado en su mundo de YouTube, haciendo trash hunting sin moverse del sofá. Triste política para un blog musical.
Así, queridísimos, os contaré cómo A. y yo conseguimos pasar tres días en el Arenal Sound, compartiendo espacio, entre otros VIPs, con Keira Knightley (quién sabe si con Letizia Ortiz, tan metida ella en el rollo hipster), sorteando los peligros de botellones de proporciones bíblicas y caminos sin asfaltar y alimentándonos únicamente de pizza. De dormir en el camping nada, eso en mi camita, no querréis que encima sufra.
Día 1: A. está fresca, pero yo encaro el primer día de festival apenas 24 horas después de un turno de 24 horas, OJOCUIDAO, por lo que procuro ingerir alimentos suficientes para resistir la jornada y completo el calentamiento con una siesta de tres cuartitos de hora, que ya no tenemos 18 años. Subimos al coche. A. no es consciente de ello y yo no se lo digo, pero no me sé el camino. Así voy yo por la vida. Aún así, llegamos sin mayores problemas. No solo eso, sino que encuentro el parking. En realidad el parking es como un bancal en barbecho, hay tierra seca por todas partes, el coche bota a lo París-Dakar (o lo que quiera que sea ahora) y por un momento pienso que la escena solo puede acabar así:
O así:
Afortunadamente, no ocurre ninguna de las dos cosas, y consigo dejar el coche a buen recaudo. Segundo paso: buscar el recinto de conciertos. Preguntamos a un empleado de la organización. "Dicen que hay un camino por ahí abajo". Dicen que si tomas cocacola y petazetas te mueres, estoy tentada de contestarle, pero no. Buscamos el camino. Existe. Divisamos Burriana Beach. Sorprendentemente, la programación es milimétrica y los conciertos empiezan con puntualidad británica (A. me apunta que la puntualidad británica es un mito, pero nos entendemos), lo cual supone que llegamos tarde.
Nosotras no somos como esa gentuza que va a los festivales por la fiesta, hemos ido por la música e incluso estamos dispuestas a irnos si empezamos a pasarlo demasiado bien, así que vemos nuestro primer concierto, nos damos por satisfechas por el momento y nos vamos a cenar como unas señoras. Ah, sí, la crónica musical. Manel a mí es que no me matan. A. dice que le gusta mucho su versión de Common people. Por mí podrían haberla dejado estar.
Fuera del recinto no hay tanto talibanismo musical, y al salir nos encontramos con el mítico macrobotellón del Arenal. En mi imaginación, el infierno es como el paseo marítimo del Arenal prolongado ad infinitum. Nunca acabas de atravesarlo, siempre huele a orines y productos químicos, y de fondo no suena Highway to hell, sino Juan Magán, y de hecho así era:
Con todo esto, debo decir que la primera pizza (tomate, mozzarella, champiñones, handmade pizza, nada de gorrinadas de Domino's) me sentó de maravilla. A la vuelta, segundo paso por el paseo infernal. Como sé que esperáis mi opinión sobre el concierto de The Kooks, os diré que me pareció muy bien. Al salir, intento de robo. Mi bolsa del CSIC cortada con un cúter, arruinada, como el mismo CSIC. Qué ironías tiene la vida. Abandonamos el recinto por segunda vez para evitar males mayores y regresamos para el show de Meneo, que gana mucho con la pandilla de ménades danzantes luciendo tiburón sobre el escenario. A las 4 de la madrugada, el nudismo siempre es una opción ganadora. Si Toda loca no forma parte de vuestro repertorio estival, debería:
No quiero desperdiciar la ocasión para señalar la cortedad de miras de los directores de eventos veraniegos. Cualquiera con un poco de olfato habría programado a Julio Iglesias en su festival. Yo veo un claro Bamboleo con Julio feat. Meneo.
Y visualizo también una escena parecida a esta:
Pero cada palo que aguante su vela, el que quiera contar con mi sabiduría musical que la pague. Especifico sabiduría musical porque de la otra tengo poca. Regresamos a la zona de aparcamiento en busca del coche, y ésta resulta no tener ningún tipo de iluminación:
A.:¿Pero no te habías fijado cuando lo hemos dejado?
Yo:Pueeesssseessstooo... ¿sí?
El camino de cabras que lleva al parking está oscuro cual boca de lobo, lo que en la práctica supone que no deberíamos adentrarnos en él, a riesgo de ser asesinadas y descuartizadas por un criminal sádico o, más probablemente, caer en una acequia y no encontrar el coche. Esto se traduce, versión edulcorada, en "En la playa de Burriana, esperando para ver el amanecer #FantasticLife". Y así.
¿Conseguimos encontrar el coche? ¿Nos caímos a la acequia? Mañana, la segunda entrega de esta cosa.
Bad NYC movies es un blog sobre cine del malo con el que mantengo una relación de admiración-envidia, básicamente porque no lo he escrito yo. Solución: conseguir que su autora, Ana Crespo, colabore con PMB con un post invitado que examina lo peorcito del género musical. Canela fina para el verano:
El 6 de octubre de 1927 se estrenó en Nueva York El
cantor de Jazz, la primera película sonora de la historia. Este avance
cambió totalmente el mundo del cine y nos ha permitido disfrutar de películas
magníficas. Sin embargo, la sinergia entre imagen y sonido estaba destinada a
producir también numerosos horrores en forma de películas musicales.
Imagen de un pijama de El cantor de Jazz
en una tienda de Alaquàs, cuna del FRA
y meca de los hipsters de l'Horta Oest
El musical no ha gozado nunca de buena reputación. No es de
extrañar, ya que tradicionalmente ha sido un género ligero, con canciones y
coreografías bonitas muy del gusto del momento en el que se rodaron. Las
películas que perduran suelen apelar a sentimientos universales que las hacen
disfrutables décadas más tarde. El cine musical, con su superficialidad, suele
envejecer bastante mal. Un buen ejemplo de ello es Gigi. En 1958 se llevó 9
óscars, incluyendo el de mejor película, totalmente inmerecido. Es una cinta
aburrida, pesada y cursi, cuyo momento más memorable es una canción en la que
Maurice Chevalier hace una suerte de apología de la pederastia y le da gracias
a Dios por las niñas pequeñas.
No solo las canciones o las películas envejecen mal.
También sus galanes protagonistas. Como hoy en día, el éxito de una película
dependía en buena parte de los nombres del cartel. Maurice Chevalier y Fred
Astaire eran nombres que atraían al público. Pero a finales de los años 50 ya
estaban muy mayores. En Gigi Chevalier tenía la decencia de no hacer de
galán como Astaire en Funny Face, en la que interpreta a un fotógrafo tunante
que descubre a una joven modelo interpretada por Audrey Hepburn, a la que le
saca 30 años. La joven, que es una seria bibliotecaria, tiene un breve momento
beatnik para convertirse luego en modelo y finalmente en la novia perfecta, que
es a lo que todas aspiramos en el fondo.
Los musicales, tradicionalmente vacíos, puede que muestren
y refuercen valores caducos mejor que ningún otro tipo de películas.
Constituyen por tanto un género perfecto para subvertir. Uno de los máximos
exponentes de subversión musical es sin duda The Rocky Horror Picture Show, una
gozosa película que homenajea a la ciencia ficción de serie B y se burla de la
pareja, de la familia y de la sexualidad tradicionales.
He de confesar que tengo debilidad por el atrevimiento de estos musicales
outsiders, que aunque no siempre funcionen bien del todo cinematográficamente,
sí que suelen dejar algunas melodías y coreografías memorables. Es el caso del
musical canadiense Zero Patience, sobre la teoría de que el sida lo introdujo
en Norteamérica un homosexual francófono de Québec. Tiene temas comoPop a
boner, una forma muy gráfica en inglés de decir “Se te pone dura”,
interpretado por hombres semidesnudos bailando en una sauna gay.
Ya que hablamos de penes y de musicales outsiders, este post
no puede estar completo sin mencionar la planta prepucio de Little Shop of
Horrors, una película muy entretenida y recomendable a pesar de su dudoso gusto
al tratar la violencia de género.
Si algo tienen en común la mayoría de musicales es que son
películas diseñadas en gran medida para ganar dinero. En algunos círculos
cinéfilos se ven con malos ojos las películas hechas con este fin, pero yo no
comparto esa opinión: el sucio lucro me parece un motivo muy válido para rodar
películas, y muchos ejemplos clásicos se rodaron precisamente para ganar
dinero. Pero aunque sea un motivo válido, nunca debería ser el único, ya que
luego se producen películas como Mamma Mia.
En ésta, una señora interpretada por Meryl Streep vive con
su hija una fantastic life en una idílica isla griega. La hija se va a
casar y quiere conocer a su padre biológico, pero su madre, que fue un poco
casquivana en sus años mozos, no sabe quién es. La joven invita a los tres
hombres con los que su madre se acostaba por entonces, interpretados por Colin
Firth, Pierce Brosnan y Stellan Skarsgård. Aunque confieso que la disfruté como
un cochinillo revolcándose en el barro, es una película en la que la dejadez y
la desvergüenza campan a sus anchas en el argumento, los diálogos, las
actuaciones y lo que es imperdonable en un musical: en las canciones, la
coreografía y en el dudoso talento para cantar de algunos actores. Estoy
hablando de ti, Pierce Brosnan.
La presencia de Streep no me sorprende mucho, debido al
público al que se dirige la película, formado principalmente por mujeres de su
edad. Tampoco me sorprende ya que Skarsgård esté por ahí, ya que salía en dos
de las peores películas que he tenido la desgracia de ver en mi vida: El
Indomable Will Hunting y Piratas del Caribe 3. Pero... un momento. Si
Stellan sale en este musical y es el actor fetiche de Lars Von Trier, ¿por qué
no estaba en Dancer in the Dark, el musical gafapasta que Von Trier hizo con
Bjork para trolear a crítica y público? Me gusta imaginar que tuvieron una
conversación similar a la que sigue:
- Stellan, me dijiste que no sabías cantar y que por eso no
podías salir en Dancer in the Dark.
- ¿Has visto la película? Es obvio que no sé cantar. Pero
necesito dinero para la hipoteca y la universidad de mis hijos. Si me pagaras lo que
me corresponde no tendría que salir en Mamma Mia o Piratas del Caribe 3.
- Eres un desagradecido. El papel de Antichrista se lo voy a
dar a Wilhem Dafoe.
- ¡¿Qué?!
Vi Dancer in the Dark durante mi adolescencia, cuando
empezaba a formarme una opinión cinéfila. Por aquel entonces vi otro de los
raros musicales dramáticos de la historia del cine, West Side Story. Ambas me encantaron. Recuerdo que pensé que a
veces sería fantástico que la vida fuera un musical y que en determinados
momentos pudiéramos expresar nuestros sentimientos con una canción, con
acompañamiento musical y coreografía. No me he atrevido a revisionar por
completo ni Dancer in the Dark ni West Side Story, por miedo a que la primera
me parezca ahora demasiado machista y la segunda demasiado kitsch, pero lo de
la vida y los musicales lo mantengo, y algo me dice que no soy la única que piensa así.
Expresar amor, frustración o tristeza, a veces tan difícil,
sería mucho más sencillo. Otras actividades más o menos cotidianas, como ligar,
serían mucho más entretenidas. Sueño con que llegue un día en el que alguien me
pida mi número cantándome el Call me Maybe de Carly Rae Jepsen. Desde este blog
lo digo, no le prometo una lap dance à laDeath Proof,
pero mi móvil se lo doy seguro. Y mi número también.
Vamos a dejarnos de tonterías, voy a empezar este post con una referencia que va a sonar pedante, pero lo voy a empezar así y os vais a callar el boquino. Hay una serie fotográfica de Ai Weiwei titulada "Estudios de perspectiva" en la que el artista chino aparece dirigiendo su dedo corazón (vulgo haciendo una peineta) a monumentos, obras de arte y lugares icónicos de todo el mundo en un gesto de rebeldía ante el establishment cultural y político. Las descripciones no son lo mío, pero tengo material gráfico, atención:
Pa' ti y pa' tu prima, Torre Eiffel. Y así all around the world. Pues bien, a mí me entran ganas de repetir ese gesto cada vez estoy tranquilamente en casa y recibo este tipo de ataques morales en forma de fiesta campestrecool, parajes playeros y buenrollismo hipertrofiado. Cómo me pondrá la cosa que ni me meto con lo que lleva esa paella:
Veréis, el mundo se divide en dos tipos de personas: unos son los que no dicen "verano" sino "veranito" y disfrutan cual gorrinillo en fango con este tipo de representaciones (o paripeses). Los otros son conscientes de que cualquier parecido entre tales fantasías y la realidad es pura coincidencia, y el verano les produce más bien indiferencia, cuando no directamente repulsión. Por si no lo habíais adivinado, yo estoy en el segundo grupo. Tanto que he tardado casi un mes desde el comienzo del verano en escribir este post de bienvenida al verano.
No me culpéis, mi recibimiento del verano consistió en un patético episodio en el que un individuo montado en una bicicleta del servicio municipal de alquiler se llevó mi móvil (que no era un Sony Xperia Z, pero casi) from my warm, living hands, todo ello seguido de una desesperada carrera que me dejó como recuerdo las agujetas más grandes jamás contadas y de una deliciosa visita a la comisaría de mi barrio para denunciar el hecho y entretenerme un rato. Fantastic time, pensé, a ver si mi compañía telefónica me hace descuento en el nuevo terminal por estar en paro. Fantastic life. Pese a todo, la tele seguía intentando convencerme de que el verano es el recopetín, y de que everybody wanna live my life:
El caso es que yo diría que NO. Perdonad que sea tan taxativa, pero mientras escribo esto mi casa está siendo invadida por los mosquitos como si de un manglar se tratara, y mi visión del tema empeora cada vez que tengo que parar para rascarme. A lo que voy. No puedo con el buen rollito veraniego. Me irrita. Me exaspera. Me supera. Esto es lo que tengo yo para el buen rollito veraniego y para la supuesta vida mediterránea:
Lo hablé con algunos amigos, preocupada como estaba por la posibilidad de ser una amargada al no poder empatizar con los protagonistas de los anuncios de cerveza. Ojo, yo soy partidaria de la positividad, incluso practicante cuando mi pesimismo y mi misantropía me lo permiten, pero algo me alejaba de estas imágenes de colegueo veranil. ¿Sería ese escenario sobrepoblado de hipsters? ¿El exceso de dientes-dientes-eso-es-lo-que-les-jode? ¿El hecho de que intentaran convencerme de lo maravillosa que es la vida en el sur de Europa y la odiosa comparación con la realidad? En palabras de un comentador de YouTube: "Pero que puto anuncio quereís que os pongan?? Menuda gente más amargada machooooo si quieres te ponen un anuncio que te amargue , con gente debajo de un puente llorando y muriendose, no me jodas chicooooooooooo". ¿Era yo así? ¿Por qué no podía simplemente contagiarme de felicidad mediterránea y alargar las vocales para celebrarlo?
Algunos de mis amigos (especialmente A.) coincidían conmigo, lo cual me reconfortó. Pero no acababa de estar tranquila. Eché la vista atrás e intenté recordar mis últimos veranos en busca de un punto de conexión con esa #FantasticLife. El año pasado... no, no salí de mi ciudad. El anterior... buff, tampoco... Un momento. Creo que fue hace tres veranos cuando intenté sacarme el título de socorrista. Fue más o menos así: el primer día que fui a la piscina para intentar mejorar mis registros en natación perdí las lentillas (y el aliento) ante la mirada del socorrista, que me seguía con atención ante mi evidente ahogabilidad. Y ya. Me quedé en socorrista de tierra y nunca podré cantar esto con propiedad:
En fin, basta de divagar. No me gusta que digan que tengo que ser feliz y cómo tengo que serlo, me estomaga esta pretensión de hacer del verano algo cool cuando siempre ha sido el reino del sudor, la pringue, la arena pegada entre los dedos y las moscas cojoneras (en todos los sentidos). El verano no huele a pino como un ambientador barato. Si el Odorama hubiera cuajado (e inexplicablemente no lo hizo), seríamos conscientes de que en los anuncios de cerveza huele a sudor y a fritanga. Como en la vida misma. La felicidad publicitaria nos escamotea parte de la realidad, y por eso quiero reivindicar el verano más honesto, el que no se avergüenza de la cutrez y el esperpento y que nos ofrece bien de lycra y colores chillones para pasar los calores.
Punto 1: en verano no te apetece pensar. No digo que no puedas retomar la lectura de ese libro de Tolstói que tenías aparcada desde hace dos años, pero sabes que al final tus neuronas moribundas te van a pedir que eches el freno y les ofrezcas algo más light. O en todo caso, que acompañes ese Tolstói con algo fresquito. Georgie Dann, el gurú de la canción del verano, será tu mejor aliado:
Punto 2: en verano el tiempo se suspende. Las altas temperaturas alteran la percepción temporal, y ello posibilita las siestas de cuatro horas y el eterno retorno de clásicos veraniegos. Dicho de otra manera, que nos la vuelvan a colar con décadas de diferencia y apenas unas sutiles variaciones. a saber:
El tiburón. Una oda a la frustración amorosa en forma de fábula lafontainiana. Sí, con baile for dummies.
Suave (Kiss me) o cómo cualquier revisión de un clásico noventero puede colar en la segunda década del tercer milenio siempre que incluya frases en inglés y, por supuesto, a Pitbull.
Verano azul. Todo recuerdo infantil es susceptible de ser pervertido por la evolución de la cultura masiva. Para muestra, Juan Magan profanando el recuerdo de Chanquete.
Punto 3: los clásicos nunca mueren. O dicho de otra manera, te da igual ocho que ochenta. Esto es tan válido para Guerra y paz como para Cachete, pechito y ombligo, que no necesita de revisiones (aunque las ha habido) para seguir siendo gozada en 2013. Sensual y perturbadora, Cachete... mantiene en la actualidad toda su frescura:
Algo parecido sucede con El venao, una historia de celos que el mismo Shakespeare no habría rechazado como banda sonora para su Otelo.
Punto 4: En verano sobrellevas el calor como puedes. Algunas estrategias eficaces: tomar líquido en abundancia, protegerse del sol, evitar estar en la calle en las horas centrales del día y, si es necesario, ir a la playa. Atención. La playa no es como en los anuncios de cerveza. Es decir, a veces sí, pero por lo general es más bien un lugar masificado, lleno de gente que hace ruido y niños que te tiran arena a la cara. Pero si obvias estos pequeños inconvenientes puedes pasártelo bien como Loona, la alemana más latina, que vive atrapada eterno verano. Ole por ella.
*por si acabáis de descubrir a esta gran artista y Vamos a la playa os ha sabido a poco, incluyo el bonus trackPolicia, una historia al más puro estilo Leticia Sabater con arrestos, playa y fiesta. What else?
Había pensado incluir un quinto punto referente a la alimentación pero no quiero entrar en polémicas, creo que la aportación de Love of lesbian al panorama gastronómico veraniego es más que suficiente en este sentido. Eso, y que me voy de vacaciones y quiero acabar pronto. ¿Será idílico mi destino? ¿Cocinaré paellas heterodoxas mientras mis amigos se tiran a la piscina con la bici? ¿Será mi verano tan envidiable que a todos os darán ganas de vomitar? No creo. ¿Y cuál es mi actitud ante todo esto? Una vez más:
Por cierto, al final se cierra el círculo y el Instagram de Ai Weiwei resulta ser un monumento a la #FantasticLife. Qué decepción. Feliz verano.
Una vez más, PMB va a descubrir la pólvora. Allá va: Marte está de moda. Es rojo, es alternativo y es guay. Emigrar se ha vuelto muy mainstream, y ahora sabemos que hacerlo dentro de la Unión Europea no es realmente emigrar, así que si eres un hipster en proceso de movilidad exterior (siguiendo la nomenclatura de Fátima Báñez y la Virgen del Rocío), tu única opción para distinguirte de la masa es la cuarta roca desde el Sol. Que si hay que mandarlo todo a hacer puñetas se manda, pero bien. Y si la felicidad está en irse a Marte a cultivar nabos transgénicos o lo que sea, pues se va. Sí, es cierto, emigrar a Marte no es como emigrar a Alemania. Marte no es uno de esos mediocres países a los que vuela Ryanair. No hay posibilidad de volver y si no va bien hay que aguantarse pero, ¿acaso no es eso recuperar el viejo sabor de las migraciones? ¿No es, en el fondo, abrumadoramente vintage? Emigrar a Marte, amigos; THE REAL THING, y ahora podemos hacer nuestro sueño realidad y petarlo (beat it) sobre la polvorienta superficie marciana. Yo lo veo.
Vamos a explicar esto. Para quien no se haya enterado, es decir, los que estáis muy ocupados o los que ya vivís en Marte - en espíritu -, existe un proyecto privado llamado Mars One ideado por una holandés (evidentemente errante) que planea mandar personitas a Marte para establecer una colonia permanente en el planeta a partir de 2016. Teniendo en cuenta el percal que tenemos aquí en la Tierra, no es de extrañar que los candidatos se cuenten por cientos y cientos, incluso miles y miles, o genéricamente, a puñaos. El proceso es sencillo: entras en la web del millonario holandés, te inscribes, pagas una pequeña tasa y envías un vídeo explicando por qué eres el mejor candidato para irte a tomar por saco de aquí.
Hay mucho aguafiestas, y dicen que aún no podemos ir a Marte porque el carburante, la radiación y bla, bla, bla. Pero afortunadamente el espítitu optimista de los terrícolas siempre sale a flote, y ahí tienes a marcianófilos entusiastas como Toni, dispuesto a compartir su voz con todo el universo, Melissa, “the sort of girl who likes to be different”, el metalúrgico freudiano brasileño José o la pizpireta Ara que, como buena española, simplemente no tiene nada mejor que hacer aquí. Con estos compañeros de viaje siempre resulta apetecible colonizar un planeta. Tras visionar algunos de los perfiles de los candidatos, me puse en contacto con mi sidekick I. para tratar de averiguar qué lleva a un terrícola de a pie a postularse a la marcianía, y si nosotras mismas, por qué no, seríamos unas buenas candidatas. Después de todo, quizá podríamos encontrar nuestro hueco entre los frikis desplazados y contribuir a fundar una civilización basada en el delirio y la egolatría. ¿Seríamos capaces de contestar el mismo cuestionario que nuestros potenciales compañeros? Intentémoslo: 1. Why would you like to go to Mars?
Espera. Se supone que antes de esto nos hemos preguntado “Would I like to go to Mars?” y hemos contestado “¡pojclaro!” con seguridad:
Y no sólo es que nos ha gustado escuchar cómo crujía nuestro motor desde bien guachas, desde bien chiquiticas (que también), sino que no podemos obviar las virtudes de Marte. Todas esas que conocemos gracias a la bendita cultura pop. Por ejemplo, sabemos por John Grant que en Marte hay ríos de gelatina verde y laderas de gominolas, lo cual viene siendo el recopetín. La canción es tristona, pero en el videoclip de I wanna go to Marz podéis comprobar que en el planeta rojo hay fiestas en las que la gente se viste con chándal de tactel y baila al corro de la patata. Eso es planazo.
Otra cosa que mola de Marte es que no puedes ir en un bus de la EMT, ni siquiera en tu propio coche, y si eres de los que aman las emociones fuertes, el propio viaje es un atractivo; meterte en el cohete y escuchar eso de "tres, dos, uno, ignición" mientras cantas por las Nancys Rubias tu despegue hacia el espacio exterior:
Y poder responder a preguntas que se hace toda la humanidad, como Bowie en Life on Mars?:
Aunque en realidad eso era en 1971, y en 1979 Enrique y Ana ya habían resuelto esa duda: SÍ. Para los que no somos muy sociables no es tan definitivo, pero los marcianos son, al parecer, buena gente, y lo que tal vez sea más importante, tienen el culete respingón (nunca digas de este agua no beberé). Los humanos somos muy complicados, pero creo que nos llevaríamos bien con los locales.
Además de que Marte está muy, muy lejos de la Tierra, lo cual es de por si algo a tener en cuenta (tampoco nos ha ido tan bien aquí, ¿no?), hay otros alicientes. Por ejemplo: una persona de 47 kilos pesaría solo 17 en Marte, así que este año te ahorras la operación bikini (además está la cuestión de la falta de gravedad, que para los huesos va fe-no-me-naaal, como decía Parade - que sabía de lo que hablaba, ojo tracklist). Y otra: ¿sabes esa sensación de que te faltan horas en el día para todo lo que tienes que hacer? Pues el día marciano dura 39 minutos más que el terrestre. BOOM. Adiós al estrés.
2. Do you know that there are risks involved?
Podríamos decir eso de que la vida es riesgo-oh yeah y quedaríamos muy bien. Pero yo soy una cagueta, y lo de los riesgos me tira para atrás. Porque tanto I. como yo somos personas ilustradas, hemos visto pelis de astronautas y of course we know that there are risks involved. Una de las candidatas dice que prefiere morir haciendo algo guay que en su casa rodeada de gatos y viendo la tele. Así que no problem, le dejaremos a ella el placer de guardar la base marciana cuando salte por los aires en plan Hollywood. Está la cuestión de las radiaciones, que al parecer es bastante mal, pero no nos preocupa demasiado comparada con lo de los virus asesinos. Sí, los virus-fantasma. Síííííí, esos que convierten a su huésped en un cochino zombie:
Pero no, no estamos más a salvo en la Tierra, por más que pensemos que vamos a sobrevivir sin problemas a la next generation de gripe aviar y la crisis del pepino de turno. Mejor en Marte. Allí al menos los zombies son de calidad, no como los que nos traen los extraterrestres a nosotros:
Otra cosa es que, aunque los amigos de Enrique y Ana son majetes, al parecer también hay marcianos chungos. En Mars Attacks! se los cargaban poniéndoles el Indian Love Call de Slim Whitman, lo oían y les petaba la cabeza dentro de la escafandra. Así:
A mí lo que me da miedo es que ellos también hayan encontrado nuestra kriptonita musical, y es que ya ha habido contactos con algunos músicos. Que no lo digo yo, que el propio Alejandro Sanz cuenta en Mi marciana cómo fue visitado por uno de estos seres. Y Alejandro Sanz ES kriptonita.
Así que, haciendo balance, entre la música apocalíptica, los zombis y la posibilidad de una invasión, ¿qué te puede pasar en Marte que no te pueda pasar en la Tierra? Piénsalo:
3. How would you describe your sense of humour?
¿Cómo describe uno su sentido del humor? Bueno, allá va un intento. Nuestro sentido del humor es sencillo, llano, del pueblo... No, vamos directos a los ejemplos. Veamos, cosas que nos hacen gracia:
La ardilla esta con cara de desquiciada:
Las Quereseres girls (carne de talent show marciano):
Cuando alguien dice “Frau Blucher” y los caballos relinchan (siempre que hay un caballo cerca digo "Frau Blucher" por si suena la flauta):
Bill Murray dándole la "previsión del tiempo" a Andie MacDowell:
La Princesa Bultos:
Por supuesto, el pene dibujado en la superficie de Marte:
Tampoco sé si preguntan esto para saber si congeniaríamos con el resto de la tripulación (porque francamente, dado que la mayoría de los terrícolas me caen mal, lo dudo) o por si nos van a hacer gracia las cosas de los marcianos. Esto último lo veo más probable. Ahí sí que me veo. Vestida con mi chándal de tactel y mi escafandra y bailando chachachá como si no hubiera mañana:
4. What makes you the perfect candidate for this mission to Mars?
Esto no debe saberlo el señor holandés que hace la selección, pero me mareo enseguida, soy muy delicada para las digestiones y solo sé dormir con la luz apagada y las persianas bajadas a tope. Creo que eso es mal. Por otra parte tengo una formación académica heterogénea y habilidades muy diversas: lo mismo te cito a Walter Benjamin que te hago una torunda de gasa. Eso es bien. Sé hacer bizcochitos y montar en bici. I. ha estudiado una carrera a caballo (¡Frau Blucher!) entre las ciencias y las letras, y afirma saber hacer de hacer de todo, pero mal. Pero de todo. Pero mal. ¿Punto de cruz? ¿Esquí? ¿Buceo? Lo que nos hace mediocres en este planeta no tiene ninguna utilidad allá arriba. Por fin una vida por delante con días de 24 horas y 39 minutos para dedicarnos a lo que mejor sabemos hacer:
Por otra parte, no soy una persona paciente, ni estable emocionalmente, ni adaptable, ni me hago fuerte ante las adversidades, ni nada de lo que según la web de Mars One es imprescindible para un astronauta. No sé, después de todo, tal vez no deberíamos mandar nuestro perfil al holandés errante. Está bien lo del chachachá, lo de echarse amiguitos extraterrestres de culete respingón y lo de los viajes en cobete, pero la verdad, no me imagino a mí misma poniéndome todas las mañanas el traje espacial como quien se cambia de bragas, talmente:
Y Marte tiene su punto por eso del exotismo y tal, pero eh, hay cabos sueltos. Primero, queda mucho producto musical bruto por explorar. Segundo, si para presentarme voy a tener que pagar empezamos mal. Tercero, esa gente que se postula para la misión es muy estomagante. En resumen, me da pereza. Eso, y que vamos de cara al verano y no puedo dejar de pensarlo: en Marte no hay playa. Así que me vais a disculpar, estoy en mi momento viva-la-Tierra y me apetece disfrutarlo. Como Paris. Maromo, cocoteros y sol. Y que le den a Marte. El espacio exterior, por ahora, puede esperar.
No me lo digáis, estáis hartos de los días mundiales. Los días mundiales (de las cosas más insospechadas) son la última de las plagas bíblicas, aunque el Antiguo Testamento, por lo que sea, no los contemple como tales. Llamadme tiquismiquis, pero admitir a trámite el Día Mundial de la Nutella (por muy básica que sea en cualquier dieta equilibrada), el Día Mundial del Inodoro (que sí, que es muy higiénico y que tú tienes mucha complicidad con tu váter, como Natalia Verbeke, pero me da igual), o el Día Mundial de las Batallas de Almohadas (sin comentarios) me parece un signo más de la decadencia de la humanidad, junto con la corrupción generalizada y los churros en spray de Mercadona.
Dicho esto, hay un día mundial que, por diversos motivos, me parece digno de ser celebrado y blogueado, por qué no decirlo. Me refiero al Día Mundial de la Bicicleta. La bici celebra su día mundial el 19 de abril, tras lo cual hay una historia muy interesante que, por supuesto, no me he molestado en investigar. Para eso tengo a mi experta de Todobici Valencia (tengo que perfeccionar esto de la publicidad subliminal) que lo cuenta mucho mejor:
"¿Cómo? ¿Qué el día de la bicicleta es el 19 de abril? ¿Pero no se celebra a mediados de septiembre una marcha ciclista por la ciudad? Pues no. En España se organizan todos los años actos ciclistas el Día de la Movilidad Sostenible, que tampoco está mal, pero no es el Día oficial de la Bicicleta. Por una razón muy simple: El Día de la Bicicleta conmemora el primer viaje, no del creador de la bicicleta, ni de Contador o Armstrong, si no del científico que sintetizó una sustancia prohibida, el ácido lisérgico. ¿Bicis y LSD? Sí, todo tiene explicación. Un buen día, allá en la Suiza profunda de 1943, el químico Albert Hofmann estaba con las probetas en el laboratorio farmacéutico Sandoz (ahora Novartis) estudiando las propiedades medicinales del Claviceps purpurea, más conocido como CORNEZUELO, un hongo parásito cuyas propiedades delirantes se conocen desde la Edad Media. Ahí estaba Hofmann, aislando y sintetizando los activos del famoso hongo cuando accidentalmente absorbió una minúscula cantidad de la sustancia. El hombre empezó a sentir una agradable sensación, que estaba volando en un sueño y los colores se movían con efecto caleidoscópico. Vamos, que flipó, y así descubrió los alucinantes efectos del ácido lisérgico. A Hofmann le gustó la mandanga y quiso más. Tres días después se convirtió en una cobaya humana, se preparó 0,25 miligramos de ácido y bajo su propio riesgo, allí mismo, con su bata blanca en un serio laboratorio suizo, se tomó el primer tripi de la Historia. Al terminar la jornada, Hofmann le pidió a su asistente que por seguridad, le acompañara a casa, que se sentía muy raro. Corrían tiempos duros, y por restricciones de la guerra estaban prohibidos los vehículos de motor, así que pillaron sus bicis y recorrieron el camino a casa. Embriagados por la luz del sol y la naturaleza, este viaje en bici se convirtió en la primera epifanía psicodélicasunshine acid:
"Poco a poco empecé a disfrutar una serie sin precedente de colores y formas jugando persistentemente detrás de mis ojos cerrados. Imágenes fantásticas surgían, alternándose, variando, abriendo y cerrándose en círculos, explotando en fuentes, reacomodándose e hibridizándose en un flujo constante".
La proyección de fractales en su consciencia, le abrió una nueva puerta de percepción desconocida, en unión con la naturaleza, el planeta y su bicicleta:
"Tuve la sensación de que veía la tierra y la belleza de la naturaleza como era cuando fue creada. Fue una experiencia maravillosa. Un renacimiento, ver la naturaleza bajo una luz nueva..."*
Tripis (en ocasiones conocidos como ‘bicicletas’)
conmemorativos de ‘El primer viaje’ de Hofmann
La bajona no perdona, y el doctorcito pilló paranoias al llegar a casa, pero como el único síntoma físico que sufría eran unas pupilas dilatadas como platillos volantes, se tranquilizó y disfrutó de su experiencia lisérgica. Hofmann, que falleció en 2008 con 102 años, luchó toda su vida para que le tomaran en serio y el LSD se utilice como tratamiento psiquiátrico y no solo como droja recreativa.
Todo esto no sería más que una anécdota, pero en 1985, un profesor de la Universidad de Illinois fundó el ‘Día de la Bicicleta’ para conmemorar el primer viaje psicotrópico de Hofmann, un viaje que hasta hoy han realizado un sin fin de personas, locos y cuerdos, que buscaban quién sabe qué en sus cerebros. Desde Timothy Leary, Steve Jobs, John Lennon, Chimo Bayo y quizás tu vecina del quinto.
¿Conclusión? LSD, EPO,… ¿Más razones para subirse a la bicicleta? ¡Aunque no hacen falta más sustancias que tu propia adrenalina para disfrutar de un buen viaje en bici!"
Eh, niños, id en bici, pero no toméis drogas. En cualquier caso, yo sí os voy a contar mis razones para subirme a una bicicleta, y para celebrar esta fecha. Quiero celebrarlo porque, haciendo memoria, (redoble, que voy a sonar muy cursi) me he dado cuenta de que sobre una bicicleta he vivido algunos momentos especialmente Gonitos, con G. Voy a seguir la estrategia del contraste, y os lo voy a ilustrar con esas cosas que os gustan para rebajar la intensidad emocional. Allá vamos.
Aprendí a ir en bici de pequeña, como casi todo el mundo. En el apartamento de la playa de mis tíos, con la BH de mi primo, y en una tarde que debió ser un suplicio para más de uno. Nunca he usado la bici con regularidad, más por mi afición por caminar, a lo Labordeta, que por otra cosa, y no recuperé la costumbre de pedalear hasta hace algo más de dos años. Momento guay 1: cuando C. me re-enseñó a ir en bici, obviando mi torpeza inicial y con más paciencia que un santo. Debería escribir una frase lapidaria sobre el hecho de que volver a montar en bici es reencontrarse con la "infancia o, más exactamente, con las sensaciones que, al no tener edad, escapan a la acción corrosiva del tiempo" (que no lo digo yo, lo dice Marc Augé en Elogio de la bicicleta), pero en realidad fue más bien estresante. A todo esto, yo no me había hecho ninguna playlist para ir en bici porque bastante tenía con no volcar, pero dado mi entusiasmo por retomar el contacto con las dos ruedas, sé que habría empezado con algo como Voy con mi bici de los Pitufos Makineros:
Pero esto era el comienzo, y el comienzo fue en una bici del servicio municipal de alquiler (podría dar nombres, pero para mí es como Voldemort, me da yuyu decirlo) porque ojo, las bicis las roban, y para una paranoica como yo el hecho de tener un vehículo propio y, por lo tanto, sustraíble, era un plus de ansiedad que no estaba dispuesta a añadir a mi vida. No estoy de coña, si te roban la bici puedes acabar componiendo algo así:
Como digo, me costó dar el paso y convertirme en propietaria (si el concepto "hipoteca" ha cruzado por vuestra mente en este momento, olvidadlo, no forma parte de mi vocabulario). Y lo hice por una sucesión de acontecimientos que involucran a personas muy queridas y que os voy a relatar aunque no queráis. C., mi mentor/reeducador ciclista, me presentó a principios del año pasado a A. (ese es un momento muy guay pero no entra en este recuento). No es que A. fuera en bici, que no iba, pero a través de A. conocí, meses después, a S., que acababa de abrir Todobici (momento publicitario 2 - momento guay 2) y que durante un tiempo estuvo intentando convencerme para que comprara un biciclo (he dicho "biciclo"). Voy a resumir el resto como el típico "que no" - "que sí", hasta que, por fin, en el garaje de mi padre, encontré una bici y me convertí en rica heredera (momento guay 3):
Mi bici es una bici normal. Con frenos, con marchas, con el sillín acolchado porque mis posaderas (y las tuyas, piénsalo) se merecen lo mejor. Voy a decir algo que me puede condenar, pero me da igual que me veten la entrada en cafés-librería, que me impidan llevar gafas de pasta e incluso que revoquen mi derecho al brunch: no me gustan las fixies. Corrijo: sí me gustan, pero no son para mí. Me parecen bonitas. Pero también me parecen bonitos los ponis y no son mi elección prioritaria como medio de transporte. Sé que los fixters me miran de reojo desde el sillín Brooks de su fixie, lo sé, ellos leen mi mente y yo la suya, y dicen: All you haters, suck my balls:
Perdón, por si no ha quedado claro, sí, las fixies son muy cool:
Y es un hecho, me estoy quedando al margen de la modernidad. Que mi bici tenga el cuadro picado, lleve una pegatina de Orihuela (Alicante) y tenga cables (los de la transmisión y los frenos) me coloca en un nivel algo más bajo en la escala hipster, pero no os hagáis ideas equivocadas, mi bici es qualité, no como la de los pibes de Canilla Libre:
En cualquier caso, otra gran ventaja de la bici es que te proporciona cierta autonomía en el desplazamiento y cambia radicalmente tu noción de las distancias (y del tiempo). Te acerca a todo y te concede minutos extra - MAGIA. Personalmente, puedo decir que la bici abrió mi perspectiva de la ciudad a zonas que, tampoco nos engañemos, podría haber transitado a pie, pero que se prestan mucho más al ciclismo. Por ejemplo, ir en bici por la huerta valenciana es otro momento guay (y van 4):
No sé si realmente recuerdo estos momentos con cariño porque sí y la bici es un añadido, o si la bici es lo que añade a mi recuerdo de la escena un aura de felicidad. No voy a psicoanalizar este post. Pero (atentos que viene la marea de iniciales) sin necesidad de escarbar mucho me vienen a la cabeza cosas como ir a la playa con G., y con M., y con C., una excursión dominguera entre semana con A. y N. y un Día de la Bicicleta en Valencia que acabó con una foto con Manolo "el del Bombo" (que no veréis jamás en este blog) y en el que A. volvió a ir en bici tras un verano de intentos frustrados. Me he perdido en la cuenta del momento guay, pero hay muchos, y todos on a Motherfucking bike:
Vaya, parece que me he puesto un poco sentimental, pero si pensáis que una primera versión de este post empezaba con "anoche volvía a casa pedaleando y, mientras S. y sus amigos me adelantaban y se perdían entre las curvas del camino, pensé que nunca el tiempo dura tanto y a la vez tan poco como a lomos de una bici" veréis que me he cortado mucho. Reconocedme al menos ese métiro. Y ahora salid, muchachos y muchachas, a pedalear, y amad vuestra bici. Vuestra bici os ama también.
*Texto extraido de Hofmann, Albert (1981): LSD, My Problem Child