Por suerte no puedo recibir piedras físicas, pero que tire la primera el que nunca haya hecho un comentario inconveniente a espaldas de otro. O por qué no decirlo claramente, el que nunca se haya cagado en alguien que se acaba de girar. Personalmente, no tengo ningún problema con los insultos “encubiertos”. Es más, llamadme rara pero lo que no me gusta es que me insulten en mis narices. Eso sí, si alguien lo hace, por favor, que lo haga con propiedad.
El insulto correctamente ejecutado, para el que decide hacerlo cara a cara, requiere un mínimo de conocimientos. Si alguien necesita referencias bibliográficas, Pancracio Celdrán publicó hace unos años El gran libro de los insultos, una obra sin duda imprescindible. Pero también se puede insultar cantando, y en esto hay una indiscutible Master of the Universe: Paquita la del Barrio.
Paquita, rotunda (en todos los sentidos) mexicana nacida en 1947, de nombre completo Francisca Viveros Barradas, inició su carrera musical en 1970, tras una infancia difícil y dos matrimonios no muy exitosos. Pero no es hasta 1984, después de una serie de peripecias (muchas peripecias, la biografía de la cantante es realmente cinematográfica y de hecho ya se ha planteado llevarla a la pantalla) cuando Paquita publica su primer disco. Su paso por televisión la lanza a la fama de manera instantánea y convierte su restaurante del DF, Casa Paquita, en lugar de peregrinación. Desde entonces, 32 discos más, algunas películas y muchos premios, entre ellos un Billboard.
Con su grito de guerra “¿me estás oyendo inútil?”, Paquita la del Barrio pone voz (amén de un extra de mala leche y un topping de saña) a las letras de Manuel Eduardo Toscano para arremeter contra actitudes machistas en temas como Pobre pistolita, Viejo rabo verde o Taco placero. Pero la canción que define como ninguna el estilo de Paquita, la que reúne todas las cualidades de intérprete y letrista, la que constituye una verdadera joya del improperio en habla hispana es Rata de dos patas. No se puede dejar a alguien por los suelos con más clase. Porque Paquita la del Barrio no es que insulte, es que convierte el vilipendio en un arte. Y así, sí.
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