jueves, 6 de junio de 2019

El silencio loco

Hola, qué tal. Es una presentación pésima pero es lo que le dirías, con la boca pequeña, a alguien con quien llevas cinco años sin hablar. Yo llevo cinco años sin hablar con este blog. No hacía falta que volviera a hacerlo, lo sé, nadie lo había pedido, pero soy de esas personas que tienen una necesidad casi absurda de clausura y cinco años en coma son más que suficientes para cualquiera.

Releer cosas que has escrito hace tanto tiempo tiene una parte divertida, pero  cuidado con hacerse daño, porque el impacto puede ser duro. Es como abrir una cápsula del tiempo - esto en realidad me lo imagino porque solo lo he visto en las películas americanas, en España no somos nada de eso - y encontrarte la típica foto en la que tienes la cara llena de granos. Y resulta que los granos son un poquito de clasismo, algo de petulancia y, por encima de todo, toneladas de autodesprecio. Cuando leo de nuevo las entradas de este blog me doy cuenta de que ese autodesprecio y mi baja autoestima eran las piedras angulares de Producto Musical Bruto. Por encima del humor y por encima de la música. 

Entre el tono ligero y las chanzas (digo “chanzas” porque soy un personaje de El secreto de Puente Viejo), os lo aseguro, hay ansiedad, rabia, miedo al abandono y a no saber gestionar las propias emociones y las relaciones humanas. Todo el fango. Este blog nunca ocultó, aunque no sé si alguien se lo tomaba en serio, que era una forma de terapia y, nada casualmente, entró en hibernación cuando las cosas se pusieron serias y empecé a ir realmente a terapia. Entender lo que te pasa y por qué te pasa, el musical.

Aquí he escrito sobre economía, política, cine, las Spice Girls y Eurovisión, y sobre muchas más cosas que jamás habría pensado que le interesaran a nadie más que a mí. Efectivamente, me di cuenta de que así era: no le interesaban a nadie más que a mí. Pero oye, hazles reír. He hablado de la amistad, del amor y sobre todo de música, que es otra forma de amor. Lo he pasado muy bien, y a veces he sido hasta feliz, convirtiendo mis mis obsesiones en textos. Pero no he venido aquí a hablar de mi libro. 

En realidad, sí. He venido a matarlo.

Podéis pasearos por los posts antigüitos, 
¡la mitad de los enlaces no funcionan y es como visitar unas ruinas romanas! :D

Este blog, que nació antes de la última explosión del reggaeton, que no llegó a saber lo que era el trap y que ni siquiera conoció los fenómenos OT 2017 y Rosalía, se ha quedado viejo. Pero no viejo de época. Viejo de cansancio. Recuerdo que cuando escribí el primer post era verano, yo era una enfermera reciente que aún se sentía una comunicadora audiovisual infiltrada. Acababa de conocer a Ana (se acabaron las iniciales), a Paula, a Silvia y a Flor, y francamente, quería parecerles guay porque ellas lo me lo parecían a mí, mucho. Así que, como al parecer nunca he pasado de los catorce años, se me ocurrió esto. Debieron pensar que era relativamente guay porque todavía me toleran. Y poco a poco, el blog se convirtió en una rutina que me obligaba a expresarme por escrito, a crear cosas con palabras, que es lo que más libre me hace sentir y también lo que más miedo me da en el mundo.
Pasé un calor indecible aquellos meses de final de verano (en Valencia el verano dura mucho) escribiendo esto en mi salón sin ventilación. Aprendí a convertir la autoflagelación en humor. Y cuando Ana se fue a Londres, donde ya vivía Flor, sentí que no estaba tan lejos si podía leer lo que yo escribía. Lo mismo que cuando Gaetano se fue a Bruselas, o cuando Carlos se fue definitivamente a Madrid. Me sentí más cerca de vosotros porque me contábais que os hacían reír las cosas que escribía. Conocí a Inés, que como yo tenía una temporada larga de querer irse a vivir a Marte. Y me enteré de que me leía gente a la que yo no conocía, que era algo que me parecía muy loco. Para entonces ya era invierno, y después pasaron ocho o nueve temporadas más. O las que sea, porque con el calentamiento global pues ya ni sabes, chica; en fin, pasaron casi tres años.


Luego algo se cruzó por mi cabeza y ya no me sentí capaz de escribir nada ni de hacer reír a nadie. Cosas que pasan. Nada grave. Nada leve, tampoco, teniendo en cuenta que no me he podido poner delante de un teclado en cinco años. La ansiedad, el miedo, el autodesprecio, siguen ahí, pero ahora los tengo localizados. A veces las estrategias de control fallan y esa semana toca apocalisis y todo es como los váteres de un festival de verano el último día de conciertos. Pero luego me doy cuenta de que soy muy afortunada porque al final (casi) todos seguís ahí. A pesar de mis metáforas. A pesar de todo, todos hemos superado ese 2012 de incendios e incertidumbres. Yo sigo riéndome de mis mierdas, y seguiré celebrando la música con todos sus horrores, que nunca lo son realmente. Pero no aquí. Aquí es donde muere PMB. 

Viva forever.