Supuse
que era un abrebotellas vintage, a juego con la tienda, y decidí probar pese a
las dificultades que preveía. Todas se cumplieron: el borde redondeado
resbalaba sobre la chapa y la pestaña era demasiado pequeña para poder hacer
fuerza. La chapa se coló a través del hueco de la estructura triangular y el
cuello de la botella quedó encajado, sin que yo pudiera hacer nada para
rescatar el abridor ni, por supuesto, para sacar la chapa. Quise que la tierra me tragara. Pero no fue culpa mía, sino del diseñador de aquella VERSIÓN FALLIDA
del abrebotellas. Todos somos muy creativos, todos pensamos que lo podemos
hacer mejor, pero no siempre es así.
De la
cantidad sale la calidad, y está claro que la innovación surge del riesgo, pero
ojo con los versionadores demasiado osados, que igual que te dan su visión del
abrebotellas y te dejan en evidencia en cualquier evento, te la dan de sus
canciones favoritas y se quedan tan anchos. En esto
de versionar hay varias alternativas, y todas pueden llevar al desastre más
absoluto, a veces limítrofe con el anhelado triunfo. Hagamos un repaso.
Una de las opciones consiste en traducir la letra de la canción a la lengua materna de uno, por aquello de hacerla más comprensible. Gizele Silveira, más conocida como Madonninha, lo hizo así (al pie de la letra) hace más de una década, cuando era una inocente niña que soñaba con emular a la Ambición Rubia en su lengua vernácula. Gizele, que evidentemente no conocía las diferencias entre lenguas germánicas y romances, consiguió la cuadratura del círculo en Em busca da vitória (1998): encajar frases como “você sabe que estamos vivendo num mundo materialista” donde antes iba “you know that we are living in a material world”. Lo grave es que años después, con la cabeza teóricamente más en su sitio, reincidió, junto con los Canibalistas, con una versión de Oops!... I did it again, de Britney Spears. Madonninha no es la única, pero es la más grande. La pesadilla de los traductores, el Armagedón del pop.
Una de las opciones consiste en traducir la letra de la canción a la lengua materna de uno, por aquello de hacerla más comprensible. Gizele Silveira, más conocida como Madonninha, lo hizo así (al pie de la letra) hace más de una década, cuando era una inocente niña que soñaba con emular a la Ambición Rubia en su lengua vernácula. Gizele, que evidentemente no conocía las diferencias entre lenguas germánicas y romances, consiguió la cuadratura del círculo en Em busca da vitória (1998): encajar frases como “você sabe que estamos vivendo num mundo materialista” donde antes iba “you know that we are living in a material world”. Lo grave es que años después, con la cabeza teóricamente más en su sitio, reincidió, junto con los Canibalistas, con una versión de Oops!... I did it again, de Britney Spears. Madonninha no es la única, pero es la más grande. La pesadilla de los traductores, el Armagedón del pop.
Otra
opción es la adaptación. Uno asume que la fonética, la sintaxis, la morfología y la lógica más elemental no están de su lado a
la hora de traducir y decide reescribir la letra partiendo de cero pero
manteniendo, más o menos, el sentido de la canción original. Y aún se puede dar
un paso más: adaptar la canción a un género diferente. Ese es básicamente el
proceso por el cual Bad romance, de
Lady Gaga, puede llegar a transformarse, previa “merenguización”, en Quiero tu amor (2011) de Relambio, dominicano
residente en Estados Unidos. Al vídeo no se le puede reprochar nada. Jamás una
barbacoa y una caseta de piscina conocieron mayor gloria. La carne que Gaga
utiliza para vestirse es aquí clave argumental, tal vez sea un homenaje. La
buena noticia es que no nos hemos movido de la categoría del éxito pachanguero,
la mala, que esto sucedió de verdad.
La
tercera vía pasa por acoplar la canción, con todas sus consecuencias, al sentir
personal del artista. En román paladino: cagarse en todo y conservar solo la línea
melódica. Sentirse libre, hacer un Cecilia, CREAR. Como Coco, artista
multidisciplinar argentino perteneciente al colectivo Plop, que organiza
fiestas temáticas en Argentina (yo quiero). Coco, que alcanzó la fama con su versión
de Umbrella, de Rihanna, rebautizada como Paragua, se atrevía en 2009 con Kylie y The one. Y aquí lo siento pero me pongo de parte del versionador.
Es una debilidad, no puedo remediarlo. He buscado argumentos para defender a
Kylie, pero ya no es la de Loco-motion;
cuando se empezó a acartonar su cara, su música lo hizo también. Coco y Roxxx son la perfección con acompañamiento de flauta de Pan, el que no lo quiera ver
que no lo vea.
Björk dijo hace años, preguntada por su opinión acerca de versionar canciones ajenas: “si no vas a mejorar el original, no lo hagas”. La cita no es textual, pero creo que no me la he inventado del todo, sería una señal de decadencia mental un poco temprana. El caso es que Björk, con el tiempo, también hizo cosas que igual no debería haber hecho, en su afán por innovar (Björk, nunca te perdonaré Volta). Ah, y al final mi amigo G. fue capaz de destapar la botella con ese mismo abridor, así que… qué sé yo. Si no puedes parar de crear, igual deberías hacerlo. Pero con precaución.
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