viernes, 31 de agosto de 2012

El triunfo de la voluntad

Dicen los que conocen el mundo de la música que el segundo disco es mucho más importante que el primero, por aquello de que hay unas expectativas creadas que se deben cumplir, a riesgo de hundirse para siempre en el lodo. Esa idea, la de expectativas cumplidas versus lodo, me creaba cierta ansiedad a la hora de escribir esta segunda entrada. ¿Y si no se me ocurría nada? ¿Y si no podía continuar? ¿Y si era un mojón? Bajonazo.

Sin embargo, una revisión de mis clásicos me devolvió la esperanza. Ahí fuera hay todo un mundo lleno de posibilidades, y debajo de ese mundo, un submundo plagado de raras joyas esperando para ser descubiertas. Y como nos enseñan, una vez más, los maestros, querer es poder. No estoy hablando de Cecilia Giménez y su Ecce Mono (que también), sino de Florence Foster Jenkins.

Para aquellos que no hayan oído hablar de ella, Foster Jenkins nació en 1868 el seno de una acomodada familia de Pensilvania y ya desde pequeña sintió en su interior el mordisco de la música, la necesidad irrefrenable de cantar. Sus padres primero (especialmente su padre, que no podía ser más aguafiestas) y después su marido, con el que se fugó a Filadelfia al negarse su padre a financiar su formación musical, le pedían que fuera consciente de sus limitaciones y reprimiera sus gorgoritos, y así lo hizo durante unos años. Pero no hay dique capaz de contener la fuerza de la voluntad, y Florence logró cumplir su objetivo de tener una carrera musical a la muerte de su progenitor, una vez heredada toda su fortuna – porque sí, en estos casos el dinero ayuda bastante. Cumplidos ya los cuarenta, nuestra heroína se trasladó a Nueva York, donde consiguió realizar algunas grabaciones y ofrecer numerosos recitales que los socialites neoyorquinos pagaban verdaderos dinerales por presenciar. Con el tiempo fue espaciando sus actuaciones, pero siguió cantando hasta los 76 años y murió con las botas puestas.

Hay quien dice que Florence Foster Jenkins es la peor cantante de la historia. En fin, siempre habrá alguien a dispuesto a colocarte en el primer o en el último escalón de una lista. Poco importa. Lo que nos enseñan Cecilia y Florence es que la determinación y la confianza en uno mismo mueven montañas. Aunque provoquen como efectos colaterales estupefacción y/o hemorragias timpánicas. 


Como decía la propia Florence, "la gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir que no canté". Así que canta a grito pelado, restaura a tus ídolos y que nadie te diga que no puedes hacerlo. La revolución parte en ti.

ecce mono


martes, 28 de agosto de 2012

Love sucks

El verano es una época extraña. El tiempo se suspende y una persona es capaz de hacer cosas que nunca haría en otra época del año, como llevar pareo, bailar reggaeton o hacer deporte. Y eso último es lo que me pasa a mí. Murakami, que para eso es escritor y japonés, pinta lo de correr como un acto introspectivo en el que se subliman el espíritu de superación y esas cosas. Ya. A la mierda la superación. Lo mejor de salir a correr es poder escuchar toda una colección de conversaciones ajenas a lo largo del recorrido.

Una de estas conversaciones llegó hace poco a mis oídos, incitándome a una profunda reflexión: “Pues es que mi novio, el colombiano, no me da lo que necesito… pero mi ex, el ecuatoriano, sí… y no sé qué hacer”. Pero ¿por qué?, pensé. ¿Por qué todo en la vida es tan difícil? ¿Por qué – me decía mientras intentaba no ahogarme en mi propio sudor – el amor siempre tiene que doler? Porque el amor, eso ya lo sabía Shakespeare, es una fuerza destructiva capaz de arrastrar al ser humano a los abismos más abismales, las oscuridades más oscuras y la creatividad más desbordante. Mucho se ha cantado sobre amor y desamor. La historia de la música está llena de trovadores de corazón roto y voz amarga y de canciones sobre relaciones fallidas, y todos tenemos alguna en la cabeza, aunque seguramente no sea ninguna de las siguientes.

En 2003 Yolanda Pérez, más conocida por su nombre artístico, “La Potranquita”, estadounidense de ascendencia zacatecana, se alió con el showman mexicano Don Cheto para perpetrar crear Estoy enamorada, una historia con reminiscencias de Romeo y Julieta en la que una chica canta el desgarro de un amor prohibido. El mundo, eso es así, está lleno de Capuletos y Montescos que cortan las alas a los amores adolescentes, y el padre de la Potranquita, un señor de gesto adusto y sombrero ranchero, no iba a ser menos. Su hija es una chiquilla y no le parece bien que tenga un boyfriend cuando su concepto de la cocina es “puro microwave”. Ella doesn’t care if he gets mad, porque a su novio pertenecen su alma y su mente. Y punto.


Otra vuelta de tuerca en las historias de pasiones truncadas y amores incomprendidos nos la ofrecía Gloria Trevi. Muchos todavía recordamos a esta mexicana por sus apariciones en el “Un, dos, tres”, allá por los inicios de los 90, cuando aún triunfaban los estilismos tardoochenteros. Gloria Trevi, promotora de la libertad sexual e icono del pop, cosechó grandes éxitos en estos años con temas como Dr. Psiquiatra, Pelo suelto o el himno gay Todos me miran, pero después de esto… pasó una mala racha. Acusaciones de abuso sexual, detención y tres años de cárcel en Brasil en espera de ser juzgada (período en el que concibió y dio a luz a un niño), juicio y declaración de inocencia en México, en fin, a quién no le ha pasado.

Tras todo este periplo, la Trevi volvió a la canción en 2004. En 2007 editó Una rosa blu, y aquí viene lo bueno, porque no hay pasión más prohibida que la que transgrede las leyes del universo. Psicofonía. Chica viva conoce chico muerto. Toma-ya. Almas en pena, apariciones, fuegos fatuos… paranormalidad a capazos. Aunque las intenciones del fantasma son honestas y pretende desposar a la “loca perdida”. Lástima que el padre de ella, quién sabe por qué, no lo quiera aceptar.


Pero el amor sigue su propio cauce derribando cualquier impedimento que encuentre a su paso y es capaz de llevar al ser humano a cometer todo tipo de actos incomprensibles, muy frecuentemente humillantes. Como querer avivar el fuego de los celos en un ex roneando con otros, que tu ex haga lo mismo, que la cosa se os vaya de las manos y te veas en la tesitura de tener que impedir una boda en plan perra desesperada. Esto, amigos, era lo que le pasaba a La Húngara, cantante ecijana de 32 años, en el tema Tengo que impedir esa boda, de su disco Mi sueño (2009). Y la cosa no tenía buenos visos, a juzgar por frases como “si no es mío, no es de nadie” – pintan bastos para una tía vestida de blanco.


En fin, ¿qué podemos hacer? Una vez más, encontrar respuestas en la música. Sí, es cierto, el ser humano sufre una extraña atracción por la lágrima, por el moco y el regodeo en la propia miseria, pero a veces hay que seguir el consejo de los maestros, aceptar nuestro destino y, una vez nos haya alcanzado, pasarle por encima y continuar. Esto es, en otras palabras: “búscate otro más bueno, vuélvete a enamorar”.