miércoles, 24 de julio de 2013

Horrores del cine musical

Bad NYC movies es un blog sobre cine del malo con el que mantengo una relación de admiración-envidia, básicamente porque no lo he escrito yo. Solución: conseguir que su autora, Ana Crespo, colabore con PMB con un post invitado que examina lo peorcito del género musical. Canela fina para el verano:


El 6 de octubre de 1927 se estrenó en Nueva York El cantor de Jazz, la primera película sonora de la historia. Este avance cambió totalmente el mundo del cine y nos ha permitido disfrutar de películas magníficas. Sin embargo, la sinergia entre imagen y sonido estaba destinada a producir también numerosos horrores en forma de películas musicales.

Imagen de un pijama de El cantor de Jazz
en una tienda de Alaquàs, cuna del FRA
y meca de los hipsters de l'Horta Oest

El musical no ha gozado nunca de buena reputación. No es de extrañar, ya que tradicionalmente ha sido un género ligero, con canciones y coreografías bonitas muy del gusto del momento en el que se rodaron. Las películas que perduran suelen apelar a sentimientos universales que las hacen disfrutables décadas más tarde. El cine musical, con su superficialidad, suele envejecer bastante mal. Un buen ejemplo de ello es Gigi. En 1958 se llevó 9 óscars, incluyendo el de mejor película, totalmente inmerecido. Es una cinta aburrida, pesada y cursi, cuyo momento más memorable es una canción en la que Maurice Chevalier hace una suerte de apología de la pederastia y le da gracias a Dios por las niñas pequeñas.


No solo las canciones o las películas envejecen mal. También sus galanes protagonistas. Como hoy en día, el éxito de una película dependía en buena parte de los nombres del cartel. Maurice Chevalier y Fred Astaire eran nombres que atraían al público. Pero a finales de los años 50 ya estaban muy mayores. En Gigi Chevalier tenía la decencia de no hacer de galán como Astaire en Funny Face, en la que interpreta a un fotógrafo tunante que descubre a una joven modelo interpretada por Audrey Hepburn, a la que le saca 30 años. La joven, que es una seria bibliotecaria, tiene un breve momento beatnik para convertirse luego en modelo y finalmente en la novia perfecta, que es a lo que todas aspiramos en el fondo. 


Los musicales, tradicionalmente vacíos, puede que muestren y refuercen valores caducos mejor que ningún otro tipo de películas. Constituyen por tanto un género perfecto para subvertir. Uno de los máximos exponentes de subversión musical es sin duda The Rocky Horror Picture Show, una gozosa película que homenajea a la ciencia ficción de serie B y se burla de la pareja, de la familia y de la sexualidad tradicionales. He de confesar que tengo debilidad por el atrevimiento de estos musicales outsiders, que aunque no siempre funcionen bien del todo cinematográficamente, sí que suelen dejar algunas melodías y coreografías memorables. Es el caso del musical canadiense Zero Patience, sobre la teoría de que el sida lo introdujo en Norteamérica un homosexual francófono de Québec. Tiene temas como Pop a boner, una forma muy gráfica en inglés de decir “Se te pone dura”, interpretado por hombres semidesnudos bailando en una sauna gay.


Ya que hablamos de penes y de musicales outsiders, este post no puede estar completo sin mencionar la planta prepucio de Little Shop of Horrors, una película muy entretenida y recomendable a pesar de su dudoso gusto al tratar la violencia de género.


Si algo tienen en común la mayoría de musicales es que son películas diseñadas en gran medida para ganar dinero. En algunos círculos cinéfilos se ven con malos ojos las películas hechas con este fin, pero yo no comparto esa opinión: el sucio lucro me parece un motivo muy válido para rodar películas, y muchos ejemplos clásicos se rodaron precisamente para ganar dinero. Pero aunque sea un motivo válido, nunca debería ser el único, ya que luego se producen películas como Mamma Mia.


En ésta, una señora interpretada por Meryl Streep vive con su hija una fantastic life en una idílica isla griega. La hija se va a casar y quiere conocer a su padre biológico, pero su madre, que fue un poco casquivana en sus años mozos, no sabe quién es. La joven invita a los tres hombres con los que su madre se acostaba por entonces, interpretados por Colin Firth, Pierce Brosnan y Stellan Skarsgård. Aunque confieso que la disfruté como un cochinillo revolcándose en el barro, es una película en la que la dejadez y la desvergüenza campan a sus anchas en el argumento, los diálogos, las actuaciones y lo que es imperdonable en un musical: en las canciones, la coreografía y en el dudoso talento para cantar de algunos actores. Estoy hablando de ti, Pierce Brosnan.


La presencia de Streep no me sorprende mucho, debido al público al que se dirige la película, formado principalmente por mujeres de su edad. Tampoco me sorprende ya que Skarsgård esté por ahí, ya que salía en dos de las peores películas que he tenido la desgracia de ver en mi vida: El Indomable Will Hunting y Piratas del Caribe 3. Pero... un momento. Si Stellan sale en este musical y es el actor fetiche de Lars Von Trier, ¿por qué no estaba en Dancer in the Dark, el musical gafapasta que Von Trier hizo con Bjork para trolear a crítica y público? Me gusta imaginar que tuvieron una conversación similar a la que sigue:

- Stellan, me dijiste que no sabías cantar y que por eso no podías salir en Dancer in the Dark.
- ¿Has visto la película? Es obvio que no sé cantar. Pero necesito dinero para la hipoteca y la universidad de mis hijos. Si me pagaras lo que me corresponde no tendría que salir en Mamma Mia o Piratas del Caribe 3.
- Eres un desagradecido. El papel de Antichrista se lo voy a dar a Wilhem Dafoe.
- ¡¿Qué?!


Vi Dancer in the Dark durante mi adolescencia, cuando empezaba a formarme una opinión cinéfila. Por aquel entonces vi otro de los raros musicales dramáticos de la historia del cine, West Side Story.  Ambas me encantaron. Recuerdo que pensé que a veces sería fantástico que la vida fuera un musical y que en determinados momentos pudiéramos expresar nuestros sentimientos con una canción, con acompañamiento musical y coreografía. No me he atrevido a revisionar por completo ni Dancer in the Dark ni West Side Story, por miedo a que la primera me parezca ahora demasiado machista y la segunda demasiado kitsch, pero lo de la vida y los musicales lo mantengo, y algo me dice que no soy la única que piensa así

Expresar amor, frustración o tristeza, a veces tan difícil, sería mucho más sencillo. Otras actividades más o menos cotidianas, como ligar, serían mucho más entretenidas. Sueño con que llegue un día en el que alguien me pida mi número cantándome el Call me Maybe de Carly Rae Jepsen. Desde este blog lo digo, no le prometo una lap dance à la Death Proof, pero mi móvil se lo doy seguro. Y mi número también.


lunes, 15 de julio de 2013

Fantastic summer

Vamos a dejarnos de tonterías, voy a empezar este post con una referencia que va a sonar pedante, pero lo voy a empezar así y os vais a callar el boquino. Hay una serie fotográfica de Ai Weiwei titulada "Estudios de perspectiva" en la que el artista chino aparece dirigiendo su dedo corazón (vulgo haciendo una peineta) a  monumentos, obras de arte y lugares icónicos de todo el mundo en un gesto de rebeldía ante el establishment cultural y político. Las descripciones no son lo mío, pero tengo material gráfico, atención:

Ai Weiwei - Estudios de perspectiva

Pa' ti y pa' tu prima, Torre Eiffel. Y así all around the world. Pues bien, a mí me entran ganas de repetir ese gesto cada vez estoy tranquilamente en casa y recibo este tipo de ataques morales en forma de fiesta campestrecool, parajes playeros y buenrollismo hipertrofiado. Cómo me pondrá la cosa que ni me meto con lo que lleva esa paella:


Veréis, el mundo se divide en dos tipos de personas: unos son los que no dicen "verano" sino "veranito" y disfrutan cual gorrinillo en fango con este tipo de representaciones (o paripeses). Los otros son conscientes de que cualquier parecido entre tales fantasías y la realidad es pura coincidencia, y el verano les produce más bien indiferencia, cuando no directamente repulsión. Por si no lo habíais adivinado, yo estoy en el segundo grupo. Tanto que he tardado casi un mes desde el comienzo del verano en escribir este post de bienvenida al verano.

No me culpéis, mi recibimiento del verano consistió en un patético episodio en el que un individuo montado en una bicicleta del servicio municipal de alquiler se llevó mi móvil (que no era un Sony Xperia Z, pero casi) from my warm, living hands, todo ello seguido de una desesperada carrera que me dejó como recuerdo las agujetas más grandes jamás contadas y de una deliciosa visita a la comisaría de mi barrio para denunciar el hecho y entretenerme un rato. Fantastic time, pensé, a ver si mi compañía telefónica me hace descuento en el nuevo terminal por estar en paro. Fantastic life. Pese a todo, la tele seguía intentando convencerme de que el verano es el recopetín, y de que everybody wanna live my life:



El caso es que yo diría que NO. Perdonad que sea tan taxativa, pero mientras escribo esto mi casa está siendo invadida por los mosquitos como si de un manglar se tratara, y mi visión del tema empeora cada vez que tengo que parar para rascarme. A lo que voy. No puedo con el buen rollito veraniego. Me irrita. Me exaspera. Me supera. Esto es lo que tengo yo para el buen rollito veraniego y para la supuesta vida mediterránea:

#queledenporculoalmediterráneo

Lo hablé con algunos amigos, preocupada como estaba por la posibilidad de ser una amargada al no poder empatizar con los protagonistas de los anuncios de cerveza. Ojo, yo soy partidaria de la positividad, incluso practicante cuando mi pesimismo y mi misantropía me lo permiten, pero algo me alejaba de estas imágenes de colegueo veranil. ¿Sería ese escenario sobrepoblado de hipsters? ¿El exceso de dientes-dientes-eso-es-lo-que-les-jode? ¿El hecho de que intentaran convencerme de lo maravillosa que es la vida en el sur de Europa y la odiosa comparación con la realidad? En palabras de un comentador de YouTube: "Pero que puto anuncio quereís que os pongan?? Menuda gente más amargada machooooo si quieres te ponen un anuncio que te amargue , con gente debajo de un puente llorando y muriendose, no me jodas chicooooooooooo". ¿Era yo así? ¿Por qué no podía simplemente contagiarme de felicidad mediterránea y alargar las vocales para celebrarlo?

Algunos de mis amigos (especialmente A.) coincidían conmigo, lo cual me reconfortó. Pero no acababa de estar tranquila. Eché la vista atrás e intenté recordar mis últimos veranos en busca de un punto de conexión con esa #FantasticLife. El año pasado... no, no salí de mi ciudad. El anterior... buff, tampoco... Un momento. Creo que fue hace tres veranos cuando intenté sacarme el título de socorrista. Fue más o menos así: el primer día que fui a la piscina para intentar mejorar mis registros en natación perdí las lentillas (y el aliento) ante la mirada del socorrista, que me seguía con atención ante mi evidente ahogabilidad. Y ya. Me quedé en socorrista de tierra y nunca podré cantar esto con propiedad:


En fin, basta de divagar. No me gusta que digan que tengo que ser feliz y cómo tengo que serlo, me estomaga esta pretensión de hacer del verano algo cool cuando siempre ha sido el reino del sudor, la pringue, la arena pegada entre los dedos y las moscas cojoneras (en todos los sentidos). El verano no huele a pino como un ambientador barato. Si el Odorama hubiera cuajado (e inexplicablemente no lo hizo), seríamos conscientes de que en los anuncios de cerveza huele a sudor y a fritanga. Como en la vida misma.  La felicidad publicitaria nos escamotea parte de la realidad, y por eso quiero reivindicar el verano más honesto, el que no se avergüenza de la cutrez y el esperpento y que nos ofrece bien de lycra y colores chillones para pasar los calores.

Punto 1: en verano no te apetece pensar. No digo que no puedas retomar la lectura de ese libro de Tolstói que tenías aparcada desde hace dos años, pero sabes que al final tus neuronas moribundas te van a pedir que eches el freno y les ofrezcas algo más light. O en todo caso, que acompañes ese Tolstói con algo fresquito. Georgie Dann, el gurú de la canción del verano, será tu mejor aliado:


Punto 2: en verano el tiempo se suspende. Las altas temperaturas alteran la percepción temporal, y ello posibilita las siestas de cuatro horas y el eterno retorno de clásicos veraniegos. Dicho de otra manera, que nos la vuelvan a colar con décadas de diferencia y apenas unas sutiles variaciones. a saber:

El tiburón. Una oda a la frustración amorosa en forma de fábula lafontainiana. Sí, con baile for dummies.


Suave (Kiss me) o cómo cualquier revisión de un clásico noventero puede colar en la segunda década del tercer milenio siempre que incluya frases en inglés y, por supuesto, a Pitbull.


Verano azul. Todo recuerdo infantil es susceptible de ser pervertido por la evolución de la cultura masiva. Para muestra, Juan Magan profanando el recuerdo de Chanquete.


Punto 3: los clásicos nunca mueren. O dicho de otra manera, te da igual ocho que ochenta. Esto es tan válido para Guerra y paz como para Cachete, pechito y ombligo, que no necesita de revisiones (aunque las ha habido) para seguir siendo gozada en 2013. Sensual y perturbadora, Cachete... mantiene en la actualidad toda su frescura:


Algo parecido sucede con El venao, una historia de celos que el mismo Shakespeare no habría rechazado como banda sonora para su Otelo.



Punto 4: En verano sobrellevas el calor como puedes. Algunas estrategias eficaces: tomar líquido en abundancia, protegerse del sol, evitar estar en la calle en las horas centrales del día y, si es necesario, ir a la playa. Atención. La playa no es como en los anuncios de cerveza. Es decir, a veces sí, pero por lo general es más bien un lugar masificado, lleno de gente que hace ruido y niños que te tiran arena a la cara. Pero si obvias estos pequeños inconvenientes puedes pasártelo bien como Loona, la alemana más latina, que vive atrapada eterno verano. Ole por ella.


*por si acabáis de descubrir a esta gran artista y Vamos a la playa os ha sabido a poco, incluyo el bonus track Policia, una historia al más puro estilo Leticia Sabater con arrestos, playa y fiesta. What else?



Había pensado incluir un quinto punto referente a la alimentación pero no quiero entrar en polémicas, creo que la aportación de Love of lesbian al panorama gastronómico veraniego es más que suficiente en este sentido. Eso, y que me voy de vacaciones y quiero acabar pronto. ¿Será idílico mi destino? ¿Cocinaré paellas heterodoxas mientras mis amigos se tiran a la piscina con la bici? ¿Será mi verano tan envidiable que a todos os darán ganas de vomitar? No creo. ¿Y cuál es mi actitud ante todo esto? Una vez más:


Por cierto, al final se cierra el círculo y el Instagram de Ai Weiwei resulta ser un monumento a la #FantasticLife. Qué decepción. Feliz verano.