viernes, 25 de enero de 2013

Fenómeno FANS

Querido diario:
Estoy muy contenta. He vuelto de mi viaje sana y salva y todo ha ido mejor de lo que esperaba. En el avión había bolsas para vomitar, pero no tuve que usarlas, Londres está a un tiro de piedra. A., M., P. y B. me trataron como a una reina. A. me cuidó mucho y hasta me regaló unos calcetines para evitarme el trago de una congelación, y gracias a P. pude cumplir mi ilusión de usar el baño de la BBC. Me quedé, eso sí, con las ganas de ver a F. La comida bien y más que bien − ya sabes, querido diario, que con eso no tengo problemas. La fauna local, encantadora. El tiempo regular, la nieve es muy bonita para verla pero luego es incómoda, a 2 grados bajo cero a gusto del todo no se está y como la piel la tengo delicada y se me agrieta como a los pescadores noruegos, pues eso un poco mal. Mi escaso dominio del idioma (otro de mis miedos) ha sido suficiente para hacerme entender. He visto muchas cosas, he ido a sitios de modernas, he vivido reencuentros a lo Diario de Patricia pero sin desmayos y lo he pasado muy bien. También estoy un poco triste, querido diario, porque ya echo de menos a mis amigos, pero intentaré no ponerme como Fernando Alfaro e ignorar mi faceta de drama queen.

Por cierto, querido diario, te iba a contar una cosa que me pasó. Una noche, reprimiendo (un poco) mi natural carácter huraño, acompañé a A. a una reunión en casa de unos amigos. Dos factores fundamentales me ayudaron a superar mis resistencias. El ambiente era agradable y había comida: una pizza con maíz y otra con piña, aberraciones culinarias que respeto pero no comparto, y también lomo, queso, chorizo y jamón. Y pan. Y algo así como un noventa por ciento de expats españoles, todo muy 2013. Y de pronto se escuchó un MacBook sonar. "¡Callad todos!" pensé yo. Y una canción se oyó que nos hizo suspirar. Oyendo (one more time) esta música, allá en tierra extraña… eran nuestros bizarros, bizarros de España:


Le dije a D., nuestro anfitrión y responsable de la playlist, que Elena de Borbón (y Grecia), de Rafael Delgado, me parecía un temazo, y D., que se declaró, para mi sorpresa, fan de PMB, me pidió que la incluyera en una de mis entradas. Cómo no, decidí atender a la petición de D., porque yo misma soy fan, tanto de gente viva como muerta, y porque Elena de Borbón es una de las más grandes canciones de temática fan de los últimos tiempos. Pero no la única

fenómeno fan

Porque los amores incondicionales, en conjunción con la creatividad desbordada, dan mucho de sí. Que se lo cuenten a Andrés Cuervo y su pasión por su Dear Thalía, la cantante mexicana que inspira su arte y otras cosas. Yo creo que la letra es puro romanticismo, a pesar de lo que sugieren con sus comentarios algunos usuarios malpensados de Youtube (“Alguien puede ser famoso cantando que se va a hacer una paja con las fotos de Thalia???”). En fin, no sé, querido diario, juzga tú:


Es verdad, lo de ser fan de un artista es una cosa muy obvia, porque en la esencia misma de la actividad artística está implícita la posibilidad de la admiración. Lo admirable, valga la redundancia, es idolatrar a alguien que no desarrolla ninguna actividad relevante (si acaso, la hípica), como la susodicha Infanta, o como cualquier miembro de la realeza, en general. Ahí entramos casi en la categoría del acto de fe. Esto, por lo que he visto en mi viaje, querido diario, es algo que compartimos con los británicos:

cambridge fans

Pero volviendo a la fe, que no me quiero ir del tema, nada más grande que ser fan del Papa. Benedicto XVI, primum Twitter Papa, como antes su predecesor Juan Pablo II, arrastra masas y es inspiración de pegadizos temas. No me refiero solo al ya mítico jingleequis, uve, palito” sino a composiciones de mayor complejidad como Benedetto XVI, voi canzone, de Ismael Méndez Bautista, interpretada magistralmente por Ley Alejandro:


Sin embargo, yo me pregunto: “¿hay algo que tenga más mérito que ser fan de una figura religiosa?” Pues obviamente, ser fan de un político. Porque un político nunca te va a echar una bendición como mandan los cánones. Como mucho te echará los cánones propiamente dichos. ¿Que si hay fans de políticos? Los hay. Y una de las que puede presumir de tener unos fans más creativos es Cristina Fernández de Kirchner. Ella tiene una Misión presidencial y sus admiradores la respaldan en dicha empresa. Ojalá alguien escribiera para mí líneas como: “Cristina con pasión / lucha por la nación / poniendo el corazón / lejos de la traición”. Querido diario, dirás que tengo envidia, y puede que tengas razón.


Pero al final supongo que ser de un partido político, o de un político, así, a lo loco, a lo belieber, desafiando a la lipotimia en presencia del ídolo, no es tan diferente de ser de un equipo de fútbol. O de un presidente de un equipo de fútbol. Ahora algunos reniegan de él, pero en su momento muchos se decían rendidos seguidores del anterior presidente del Barça, Joan Laporta. Entre ellos la ínclita María Lapiedra. Ella también es un poco fan de Artur Mas, pero básicamente su hombre es Laporta:


En fin, querido diario, podría seguir, pero ya ves que esto de tener fans que te hagan canciones es lo más. Sé que no va a pasar pero, en confianza, si alguien compusiera un tema para PMB sería como un sueño hecho realidad. Si tuviera fans que me escribieran canciones sería fan de mis fans, hasta sería más fan de mis fans que mis fans de mí. De momento me conformo con que un par de personas me lean de vez en cuando y me echen a cambio un trocico de queso, o de lomo, o de jamón, o de pan. Aunque sea blog star versión baja estofa, con fenómeno fan aligerado. 

martes, 15 de enero de 2013

Como Tintín, como Phileas Fogg

Una preguntita: ¿habéis notado que tardaba en actualizar el blog un poco más que de costumbre? No, ¿verdad? Solo por confirmar. Bueno. Aunque nadie a nadie le importe, debo decir que la razón de este retraso es mi estado de ansiedad. No es la cuesta de enero lo que me tiene con los nervios de punta, ni las rebajas, ni otras circunstancias que, en fin, contribuyen a mis desvelos, pero que durante estos días están un poco en segundo plano. No. El motivo de este “estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo” (amo a la RAE) es un viaje. Tengo previstas unas mini-vacaciones que me obligarán a abandonar mi zona de confort (en todos los sentidos) durante unos días, y este suceso me provoca sentimientos encontrados.

viajar en low cost

Que sí, que sí, que está muy bien: salir, ver cosas, despejarse y, sobre todo, pasar tiempo con personas a las que ves (mucho) menos de lo que te gustaría es muy bonito y lo compensa todo. Sé que para mucha gente viajar es como bajar a comprar el pan. Sin embargo hay detalles que, para una persona esencialmente agobiada como yo, hacen la experiencia mucho más difícil. Voy a exponer mis argumentos, quizá unos cuantos vídeos os hagan mis preocupaciones más comprensibles.

En primer lugar, viajar en avión (que es mi caso) es un coñazo. Es cierto que es rápido, seguro, a veces incluso barato, y si eres muy friki te puedes llevar de recuerdo la bolsa para vomitar (vacía). Pero también que tienes que desplazarte hasta el (y, a la llegada, desde el) aeropuerto, soportar tiempos muertos, colas, controles de seguridad, más tiempos muertos, más colas y, una vez has llegado al avión, más tiempos muertos, más colas, apreturas, empujones, niños que lloran, adolescentes que gritan y otras muchas cosas si entramos en el campo de las aerolíneas low cost. Idílico. Mi única esperanza es subir un día al avión y encontrarme con un numerito musical como el de Nadia y Bea. No quiero vídeos cutres mientras me pasan la revista de productos de venta a bordo. No quiero que me remitan a la hojita con las instrucciones de seguridad que tengo en el asiento de delante. Quiero espectáculo, arte y movimiento de brazos y que me señalen las 2 salidas de emergencia como está mandado. Así:


Porque ya lo voy viendo, ahí está uno de mis fallos. Mi cultura audiovisual hace que esté expuesta a un catálogo de imágenes de situaciones que no he vivido pero que condicionan mi forma de ver la realidad, creándome expectativas que no se van a cumplir y que redundarán en más ansiedad. Me explico. Supongamos que voy a volar al Reino Unido. Y digamos que mi cabeza es como una coctelera. Pones Reino Unido, pones viaje en avión, un poco de música, y yo visualizo a los Scooch en Eurovisión 2007 interpretando Flying the flag. Ansiedad. ¿Por la expectativa incumplida? O por si se cumple.


No importa, tampoco es que a hacer una escenita a lo Aterriza como puedas, sé que el viaje propiamente dicho es una incomodidad pasajera (la pasajera soy yo, ojo al sutil juego de palabras) y que llegaré sin mayores contratiempos a mi destino. Y una vez allí, mi background audiovisual me volverá a jugar una mala pasada. Inevitablemente, cuando piensas en tu llegada al aeropuerto, o bien te la imaginas como la escena inicial de Love Actually o bien, si eres consumidor habitual de vídeos de Youtube, como esta:


Ni que decir tiene que NO va a suceder nada parecido. Llegas al aeropuerto tarde y todo está desangelado cual biblioteca en verano. Alma cayendo a pies. Da igual, tampoco me preocupa. Pero coger trenes y metros para llegar a la ciudad, eso… Lo habéis adivinado, el metro también me produce ansiedad. Porque se trata de un lugar hostil y cerrado, como una ratonera de la que no puedes escapar. Ni siquiera si tienes unos mariachis cantándote Guantanamera en la oreja. Y volviendo a las falsas expectativas olvídate, puedes pasar años de tu vida desplazándote bajo tierra y nunca te cruzarás con algo tan guay como esto:


Tampoco pasa nada, intentaré relajarme, me pondré algo de música, quizá algo que me recuerde que viajar es maravilloso, como Gran Turismo de La Habitación Roja o, qué sé yo, El chacachá del tren de El Consorcio y todo acabará pronto. Entonces empezaremos otro capítulo. El de la ansiedad por el cambio de idioma. Sé que es una tontería, pero la limitación en la expresión oral me resulta realmente angustiosa. Por eso quiero recordaros una vez más, amigos que me leéis, lo importante que es aprender a hablar otras lenguas. Quizá no para ocupar un alto cargo de Gobierno o para dirigir un imperio financiero, pero sí para cosas más cotidianas como ligar con los franceses cuando te vas de vacaciones, como las Baccara:


O para celebrar la llegada de la era de Acuario, como Raphael. O para versionar a Elvis, como el Príncipe Gitano, todo un clásico:


En fin, también lo superaré porque gesticulo muy bien y manoteo como nadie, y me sale sola la cara de no enterarme de nada pero tener muy buenas intenciones. Pero aún así, las exigencias sociales que se pueden plantear en un viaje me tienen un tanto intranquila. Sé que una de las cosas que atraen a la mayoría de la gente de los viajes es la posibilidad de conocer gente, de relacionarse. No es mi caso. Igual son imaginaciones mías pero me parece que ya conozco a mucha gente, en ese momento de mi vida estoy, no me presionéis. "Sociability is hard enough for me". Sé que la actitud debería ser más Roberto Carlos, pero uno de mis defectos es que  lo siento, no voy a mentir  suelo ir por ahí en modo Punsetes:


Pese a todo esto, y antes de emprender la vuelta (podéis leer el post en sentido inverso) intuyo que lo pasaré bien, pero hasta entonces la incertidumbre sobre el clima, los cálculos con el dinero (con el poco disponible, se entiende), el maldito equipaje... pueden acabar conmigo. Cada vez queda menos y mi grado de nerviosismo va en aumento con cada preparativo. Y diréis: “pues si tan cuesta arriba se te hace no seas tan plasta y no te vayas”. Pues sí que me voy. Me voy porque a) tengo el billete comprado, b) parece ser que hay gente que me espera y c) en realidad, atención a la confesión, me apetece. Así que, señoras y señores, adiós a la zona de confort. Donde dije digo, digo Me piro:

viernes, 4 de enero de 2013

¿Quién puede cantar a un niño?

24 de diciembre. Interior/noche. La típica cena familiar de Nochebuena y allí estaba yo, cuan insociable soy y con mucho, mucho sueño atrasado, pensando que la obligación de mantenerme despierta y cordial durante toda la cena me convertía en una especie de mártir navideña. Que aquella – sí señor – iba a ser una experiencia dura. Hasta que vi a mi sobrino de dos años frente al televisor, intentando repartir su atención entre sus recién estrenados juguetes y una actuación destinada (teóricamente) al público infantil. Sobre un escenario que yo veía como en una nebulosa, evolucionaban unos cuantos adultos que transmitían instrucciones coreográficas (“mueve los hombritos-mueve los hombritos”) a un grupo de niños que intentaban seguirlas con unos ojos abiertos como los de un lémur y caras de desconcierto/alegría/desconcierto.

ojos de lémur

En ese momento me di cuenta de lo duro que es ser niño en general, lo duro que es serlo en Navidad en particular, y lo duro que es, por extensión, estar expuesto a los caprichos musicales de los adultos. Ya vienen los Reyes por el arenal, y los niños volverán a encontrar bajo el árbol o junto a sus zapatos productos musicales potencialmente incómodos. Ritmos insoportables, voces chillonas y lo que es casi peor, producciones encaminadas a “educar” el buen gusto musical de los futuros hipsters. Mal rollo, niños.

El problema de la música infantil es que es un mercado dominado por mayores de 14 años que pretenden conocer los gustos musicales de los menores de 14 años. No es nada nuevo, hay muchas maneras de tocarle las narices a un niño, y todas ellas son bastante crueles. Una de las más tradicionales es someterles a sonidos agudos, ondas de alta frecuencia cuyos efectos sobre la salud todavía no han sido, al parecer, estudiados por la OMS, a los que niños de varias generaciones han estado expuestos desde los años 50. Para muestra Joselito o Marisol, que en Corre, corre, caballito (1960) hacía gala de toda su potencia (destructiva) vocal:


Con el tiempo, el ingenio malévolo de los adultos, celosos de la despreocupada felicidad de sus infantes, se agudizó hasta el punto de descubrir los grupos y las coreografías. Los niños, por lo general, tienen aún una capacidad de coordinación limitada. Se lían. Y ante eso, a los adultos no se les ocurre otra cosa que ofrecerles bailes coreografiados con la intención de que los imiten. ¿Para entrenar su motricidad? No, para observarlos y reírse de ellos (de, con, siempre os han dicho que la preposición importa, pero no). Con ese propósito fueron reclutados a finales de los 70 los componentes de Parchís, máximos exponentes junto con Menudo del modelo kid band en el ámbito hispano, que lo petaban, y mucho, con hits como Fin de curso (1981):


La propuesta de Parchís cuajó entre el público (tanto que tienen una reedición), y también en la industria, y con los años encontraría su continuación en bandas como Bom Bom Chip, uno de los últimos grupos infantiles de éxito masivo en España. La clave del éxito de este tipo de grupos estaba (digo yo) en la adaptación los estilos escuchados por los adultos (?) a los gustos de los niños (?), con lo que se creaba en los pequeños esa anhelada sensación de equiparación con los mayores (como cuando os poníais los tacones de vuestra madre – que lo habéis hecho –, para que me entendáis). El resultado eran estas cosas inenarrables que, inexplicablemente, no fueron investigadas de oficio por el Defensor del Menor, y es que ojo a los looks de los niños (y sobre todo de las niñas) en Toma mucha fruta (1993):


Y ya que hacemos referencia a las omisiones de las autoridades competentes, no está de más preguntarse quién protege a los niños cantantes de los mayores sin escrúpulos, y quién protege a los niños y mayores con escrúpulos de los niños cantantes. Concretando, y sin ánimo de cargar las tintas en una sola figura, ¿cómo fue que llegamos a María Figueroa?


Perdón, ¿cómo fue que llegamos a Raulito?


No, en serio, ¿cómo fue que llegó la Francia de Stendhal y Balzac a Jordy?


Oh, sí, al otro lado del Atlántico también cuecen habas ¿cómo fue que llegaron en México a Brandon de Sinaloa?


De acuerdo, no lanzaré acusaciones que no puedo probar, y es cierto que muchas veces los niños, creativos, activos y entusiastas por naturaleza, acceden no solo por voluntad propia sino con ilusión y muchas ganas a convertirse en miniestrellas musicales en ese período que va desde que aprenden a hablar hasta que les cambia la voz (cuando ya no emiten ondas de alta frecuencia). Pero incluso en esos casos, la influencia de los padres es definitiva. En este área, la tendencia hipster está ganando terreno en los últimos tiempos, porque los niños están de moda. Utilizando una expresión de mi amiga I., "los niños son las nuevas fixies". Y por ello desde aquí lanzo un aviso a esos padres modernas: podéis intentar tunear a vuestros hijos, convertirlos en vuestros miniyoes, montar grupos con ellos, llevarlos a conciertos matinales y ponerles gafas de pasta, pero todo ser humano tiene que pasar a lo largo de su desarrollo un período de garrulismo, y si no lo hace antes lo hará después. Esto es, acabarán igualmente viendo (o participando en) Gandía Shore. Que se lo pregunten dentro de unos años a la niña más hipster de Barna, Candela, de Candela y los Supremos, que debutaba recientemente con El desalojo del piojo (2012):


Pero ojo, hay algo peor que poner a los niños a trabajar al servicio de nuestra perversa causa musical: hacerlo nosotros mismos, desde la adultez, con nuestros parámetros, nuestra altura y nuestro aparato fonador completamente formado (en teoría), pero con muy poca vergüenza. Caso paradigmático 1: Enrique y Ana. Enrique del Pozo se hacía acompañar de Ana para que todo pareciera más chiquillo friendly, pero al final, lo que parecía, era más raro. Caso paradigmático 2: Xuxa. Si alguien no recuerda a Xuxa es que no tuvo infancia, ni fiesta de fin de curso, ni excursiones en autobús, ni cumpleaños con sandwiches de nocilla ni nada. Es triste de oírla, pero más triste es de no haberlo hecho. Y sí, muchos padres también la recuerdan, por razones obvias. Si eras niño en los 90 la Danza de Xuxa (1990) era un must, maligno pero un must.


¿Queréis más pruebas del daño que la industria musical ha hecho a la infancia (incluso a la adolescencia)? Nombrémoslas someramente:

-          Los talent shows infantiles. La promesa de ir al Festival de Eurovisión Junior era golosa, lo entiendo. Pero no justificaba el Chachi piruli (2003):


-          La ¿música dance? para niños. En otras palabras, Los pitufos makineros. O la manera más rápida  pero más traicionera – de aturdir a un niño para que se quede callado durante un viaje en coche:


-          El baile del gorila (2001). Y todo lo que lo rodea. Sin más:


-          Santa Justa Klan, el ejemplo más catastrófico de una transición desorientada de la música para niños a la música para adolescentes. A toda mecha (2005). La pubertad es una etapa muy difícil:


Ya, ya, estoy poniendo pegas a todo y os preguntaréis, entonces, ¿qué propones? ¿Qué música es la adecuada para el período infantil? Pues no lo sé, yo también me lo pregunto. Quizá no sea para tanto, tal vez la capacidad adaptativa de los niños sea suficiente para superar el bombardeo, supongo que asimilan los estímulos de otra manera, algún psicólogo infantil me lo podría aclarar pero tendría que contactar con uno, no me apetece y total, aquí nadie ha pedido rigor. Quién sabe. Todos hemos crecido escuchando estas cosas y no hemos salido tan mal. Así que si los Reyes Magos vienen cargados de música, pues que la dejen por ahí. Algo aprovecharemos.