viernes, 4 de enero de 2013

¿Quién puede cantar a un niño?

24 de diciembre. Interior/noche. La típica cena familiar de Nochebuena y allí estaba yo, cuan insociable soy y con mucho, mucho sueño atrasado, pensando que la obligación de mantenerme despierta y cordial durante toda la cena me convertía en una especie de mártir navideña. Que aquella – sí señor – iba a ser una experiencia dura. Hasta que vi a mi sobrino de dos años frente al televisor, intentando repartir su atención entre sus recién estrenados juguetes y una actuación destinada (teóricamente) al público infantil. Sobre un escenario que yo veía como en una nebulosa, evolucionaban unos cuantos adultos que transmitían instrucciones coreográficas (“mueve los hombritos-mueve los hombritos”) a un grupo de niños que intentaban seguirlas con unos ojos abiertos como los de un lémur y caras de desconcierto/alegría/desconcierto.

ojos de lémur

En ese momento me di cuenta de lo duro que es ser niño en general, lo duro que es serlo en Navidad en particular, y lo duro que es, por extensión, estar expuesto a los caprichos musicales de los adultos. Ya vienen los Reyes por el arenal, y los niños volverán a encontrar bajo el árbol o junto a sus zapatos productos musicales potencialmente incómodos. Ritmos insoportables, voces chillonas y lo que es casi peor, producciones encaminadas a “educar” el buen gusto musical de los futuros hipsters. Mal rollo, niños.

El problema de la música infantil es que es un mercado dominado por mayores de 14 años que pretenden conocer los gustos musicales de los menores de 14 años. No es nada nuevo, hay muchas maneras de tocarle las narices a un niño, y todas ellas son bastante crueles. Una de las más tradicionales es someterles a sonidos agudos, ondas de alta frecuencia cuyos efectos sobre la salud todavía no han sido, al parecer, estudiados por la OMS, a los que niños de varias generaciones han estado expuestos desde los años 50. Para muestra Joselito o Marisol, que en Corre, corre, caballito (1960) hacía gala de toda su potencia (destructiva) vocal:


Con el tiempo, el ingenio malévolo de los adultos, celosos de la despreocupada felicidad de sus infantes, se agudizó hasta el punto de descubrir los grupos y las coreografías. Los niños, por lo general, tienen aún una capacidad de coordinación limitada. Se lían. Y ante eso, a los adultos no se les ocurre otra cosa que ofrecerles bailes coreografiados con la intención de que los imiten. ¿Para entrenar su motricidad? No, para observarlos y reírse de ellos (de, con, siempre os han dicho que la preposición importa, pero no). Con ese propósito fueron reclutados a finales de los 70 los componentes de Parchís, máximos exponentes junto con Menudo del modelo kid band en el ámbito hispano, que lo petaban, y mucho, con hits como Fin de curso (1981):


La propuesta de Parchís cuajó entre el público (tanto que tienen una reedición), y también en la industria, y con los años encontraría su continuación en bandas como Bom Bom Chip, uno de los últimos grupos infantiles de éxito masivo en España. La clave del éxito de este tipo de grupos estaba (digo yo) en la adaptación los estilos escuchados por los adultos (?) a los gustos de los niños (?), con lo que se creaba en los pequeños esa anhelada sensación de equiparación con los mayores (como cuando os poníais los tacones de vuestra madre – que lo habéis hecho –, para que me entendáis). El resultado eran estas cosas inenarrables que, inexplicablemente, no fueron investigadas de oficio por el Defensor del Menor, y es que ojo a los looks de los niños (y sobre todo de las niñas) en Toma mucha fruta (1993):


Y ya que hacemos referencia a las omisiones de las autoridades competentes, no está de más preguntarse quién protege a los niños cantantes de los mayores sin escrúpulos, y quién protege a los niños y mayores con escrúpulos de los niños cantantes. Concretando, y sin ánimo de cargar las tintas en una sola figura, ¿cómo fue que llegamos a María Figueroa?


Perdón, ¿cómo fue que llegamos a Raulito?


No, en serio, ¿cómo fue que llegó la Francia de Stendhal y Balzac a Jordy?


Oh, sí, al otro lado del Atlántico también cuecen habas ¿cómo fue que llegaron en México a Brandon de Sinaloa?


De acuerdo, no lanzaré acusaciones que no puedo probar, y es cierto que muchas veces los niños, creativos, activos y entusiastas por naturaleza, acceden no solo por voluntad propia sino con ilusión y muchas ganas a convertirse en miniestrellas musicales en ese período que va desde que aprenden a hablar hasta que les cambia la voz (cuando ya no emiten ondas de alta frecuencia). Pero incluso en esos casos, la influencia de los padres es definitiva. En este área, la tendencia hipster está ganando terreno en los últimos tiempos, porque los niños están de moda. Utilizando una expresión de mi amiga I., "los niños son las nuevas fixies". Y por ello desde aquí lanzo un aviso a esos padres modernas: podéis intentar tunear a vuestros hijos, convertirlos en vuestros miniyoes, montar grupos con ellos, llevarlos a conciertos matinales y ponerles gafas de pasta, pero todo ser humano tiene que pasar a lo largo de su desarrollo un período de garrulismo, y si no lo hace antes lo hará después. Esto es, acabarán igualmente viendo (o participando en) Gandía Shore. Que se lo pregunten dentro de unos años a la niña más hipster de Barna, Candela, de Candela y los Supremos, que debutaba recientemente con El desalojo del piojo (2012):


Pero ojo, hay algo peor que poner a los niños a trabajar al servicio de nuestra perversa causa musical: hacerlo nosotros mismos, desde la adultez, con nuestros parámetros, nuestra altura y nuestro aparato fonador completamente formado (en teoría), pero con muy poca vergüenza. Caso paradigmático 1: Enrique y Ana. Enrique del Pozo se hacía acompañar de Ana para que todo pareciera más chiquillo friendly, pero al final, lo que parecía, era más raro. Caso paradigmático 2: Xuxa. Si alguien no recuerda a Xuxa es que no tuvo infancia, ni fiesta de fin de curso, ni excursiones en autobús, ni cumpleaños con sandwiches de nocilla ni nada. Es triste de oírla, pero más triste es de no haberlo hecho. Y sí, muchos padres también la recuerdan, por razones obvias. Si eras niño en los 90 la Danza de Xuxa (1990) era un must, maligno pero un must.


¿Queréis más pruebas del daño que la industria musical ha hecho a la infancia (incluso a la adolescencia)? Nombrémoslas someramente:

-          Los talent shows infantiles. La promesa de ir al Festival de Eurovisión Junior era golosa, lo entiendo. Pero no justificaba el Chachi piruli (2003):


-          La ¿música dance? para niños. En otras palabras, Los pitufos makineros. O la manera más rápida  pero más traicionera – de aturdir a un niño para que se quede callado durante un viaje en coche:


-          El baile del gorila (2001). Y todo lo que lo rodea. Sin más:


-          Santa Justa Klan, el ejemplo más catastrófico de una transición desorientada de la música para niños a la música para adolescentes. A toda mecha (2005). La pubertad es una etapa muy difícil:


Ya, ya, estoy poniendo pegas a todo y os preguntaréis, entonces, ¿qué propones? ¿Qué música es la adecuada para el período infantil? Pues no lo sé, yo también me lo pregunto. Quizá no sea para tanto, tal vez la capacidad adaptativa de los niños sea suficiente para superar el bombardeo, supongo que asimilan los estímulos de otra manera, algún psicólogo infantil me lo podría aclarar pero tendría que contactar con uno, no me apetece y total, aquí nadie ha pedido rigor. Quién sabe. Todos hemos crecido escuchando estas cosas y no hemos salido tan mal. Así que si los Reyes Magos vienen cargados de música, pues que la dejen por ahí. Algo aprovecharemos.

2 comentarios:

  1. Yo aporto vivencias personales de mi período de desarrollo en Argentina. Ya tenía una edad cuando empezó a sonar Ktrask, producto de un concurso infantil llamado La Banda de Cantaniño.

    Atenta, mari:

    http://www.youtube.com/watch?v=t9VZLxx3gl0

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